“Espero no decepcionarla esta vez, señorita Valero.”
Con esa frase cargada de una ternura apenas contenida, Marta deja atrás más que una puerta cerrada: deja abierta una posibilidad. La posibilidad de volver a empezar.
En el capítulo 192 de Sueños de Libertad, el guion nos regala una de esas escenas donde lo cotidiano se transforma en símbolo. La tienda, ese espacio tantas veces testigo de silencios y despedidas, se convierte ahora en un altar de sinceridad. Marta, visiblemente vulnerable, llega con una propuesta que descoloca a Fina: “¿Y si esta semana nos vamos a la casa de los Montes? Necesitamos estar solas. Tiempo para nosotras. Solo las dos.”
No hay excusas esta vez. No hay agendas ocultas, ni discursos políticos. Solo una mujer que aún ama, que aún cree, que aún sueña con recomponer algo que parecía haber quedado atrás. Y Fina, que ha sido muchas veces la voz prudente, el refugio silencioso, ahora no sabe qué decir. El gesto le tiembla, pero el corazón le grita lo que los labios aún callan.
Marta, por su parte, intenta abrir su mundo con honestidad. Habla de su nuevo rol en la empresa, de cómo aquello que parecía una degradación podría ser una oportunidad real. Y en ese proceso de redescubrimiento, confiesa algo más íntimo que cualquier estrategia corporativa: que lo que la sostiene son las miradas de quienes aún creen en ella, aunque ella misma no siempre lo haga.
Ese “ustedes”, dicho en plural pero sentido en singular, es un dardo directo al corazón de Fina. Porque Marta sabe que, detrás de cada silencio, ha habido una lealtad inquebrantable. Y es esa lealtad la que ahora quiere abrazar con tiempo, con espacio, con presencia.
Pero Fina no es ingenua. Sabe que el pasado no se borra con promesas. Su respuesta es punzante: “¿Y no estarás demasiado ocupada con políticos… o con Pelayo?” Marta, lejos de molestarse, responde con una calma desarmante: “Pelayo está de viaje. Así que la decisión es tuya. Solo tuya.”
Hay algo liberador en ese “solo tuya”. Es el reconocimiento de una autonomía que Marta quizás nunca supo cómo respetar del todo. Es también un acto de amor: dejar que Fina decida sin presiones.
Lo que sigue es una escena suspendida en el aire. Marta se va, pero deja tras de sí una frase que resuena como una promesa antigua: “Espero no decepcionarla esta vez.” Fina se queda sola. Pero no vacía. Algo ha cambiado.
Este episodio no solo ofrece una posible reconciliación. Ofrece un retrato honesto de lo que significa amar después del daño. Del deseo de volver a construir sin negar las ruinas. Y eso, en el universo emocional de Sueños de Libertad, es quizá lo más valiente que pueden hacer dos personas que aún se eligen, incluso con miedo.
¿Será esta escapada la chispa de un nuevo comienzo o el prólogo de una despedida definitiva? ¿Qué significa realmente “volver a empezar” cuando las heridas aún laten bajo la piel?