El ambiente de la oficina se llena de tensión. Marta, con los nervios a flor de piel, sostiene una carta en sus manos. La había recibido de Manuela, quien venía directamente de la fábrica, pero esa no era la noticia que la había dejado tan perturbada. Tras leer la carta, el aire en la habitación se vuelve denso, y la furia se apodera de ella. No puede creer lo que está leyendo. Sin pensarlo dos veces, Marta se dirige al despacho de su padre, Damián, sin esperar más. Golpea la carta sobre su escritorio, una revelación que no deja espacio a dudas.
“Dudo que siquiera hayan tenido la decencia de informarme”, le lanza Marta, con un tono cargado de ira. Damián, confuso, no entiende lo que está sucediendo. “¿Qué pasa?”, le pregunta, buscando respuestas en la mirada de su hija.
Marta no pierde tiempo y le suelta la noticia que lo cambiará todo: “Joaquín ha renunciado y ha nombrado a Don Pedro Carpena como el nuevo director general de Perfumerías Reina”. La sorpresa se apodera de Damián, quien se niega a creer lo que acaba de escuchar. Pero Marta no tiene dudas. La verdad es tan cruda como aterradora: Don Pedro ocupará el puesto durante un año entero, dándole tiempo suficiente para ganar control total sobre la empresa.
El impacto de las palabras de Marta golpea a Damián como un mazazo. La furia de su hija está acompañada de una preocupación palpable. “Podrían quitarnos todo, manipularnos, o incluso ver cómo cierran la compañía”, advierte Marta. La voz de su padre, temblorosa de indignación, se alza en un grito de desesperación. “¿Cómo pueden hacer esto, justo después de la muerte de mi hijo? ¡Es una traición cruel!”
La noticia, aunque devastadora, no es lo único que Marta tiene para contar. “La presión fue demasiada para Joaquín”, explica con tono cansado. La situación, marcada por las críticas implacables sobre los recortes salariale, llegó a un punto insostenible. “Parece que estaba manejándolo, pero al final no pudo más. Quizá estaba demasiado cansado. Quizás el próximo mes nombren a Luis como director”, dice, con sarcasmo, buscando una salida irónica a la amarga verdad.
Damián, incapaz de calmar su rabia, responde con un grito furioso. “¡Joaquín debería haber consultado a los accionistas antes de tomar una decisión tan drástica!” Marta asiente, pero sabe que los que ahora están en el poder actúan solo en su propio interés. El poder ha cambiado de manos, y la pregunta ya no es si las cosas se pueden hacer mejor, sino si pueden evitar que el nuevo liderazgo se convierta en un desastre.
La idea de reactivar el fallido proyecto del balneario, que había dejado las finanzas de la compañía al borde del colapso, aterrorizaba a Marta. Si Don Pedro toma esa decisión, podría ser la ruina definitiva. Y, sin embargo, Damián está completamente cegado por la furia. “Es como si estuviéramos firmando nuestra sentencia de muerte”, murmura, su voz llena de impotencia. No está dispuesto a aceptar que alguien como Don Pedro tenga el control de lo que considera suyo.
Mientras él golpea el escritorio con frustración, Marta intenta calmarlo. La situación no es solo una batalla de poder: es una lucha por el futuro de la empresa que ha sido su vida. Sabe que el control de Perfumerías Reina ahora está fuera de su alcance, y su familia, una vez poderosa, está a merced de personas dispuestas a llevarla al borde del abismo.
En medio de todo esto, Marta observa a su padre, completamente devastado. Su dolor no es solo por la pérdida de su hijo, sino por lo que está perdiendo con cada momento que pasa. Mientras él sigue golpeando el escritorio con impotencia, Marta se pregunta si todavía hay algo que puedan hacer para frenar este proceso. Sin el apoyo de los accionistas, se sienten completamente débiles, atrapados en una posición sin salida.
¿Será esta la caída final de Perfumerías Reina? ¿O hay algo que Marta y su padre puedan hacer para recuperar el control de la empresa?