“No es un regalo. Es un recordatorio.” Esa podría ser la frase que mejor define el inesperado movimiento de doña Cruz Izquierdo, la marquesa encarcelada que, aún tras barrotes, demuestra que su influencia sigue viva. En una escena cargada de tensión, un cuadro de gran tamaño llega al salón principal del palacio de La Promesa. No lo acompaña una explicación directa, pero sí una carta. Y sobre todo, una intención tan clara como peligrosa: desestabilizar.
El cuadro no es una pieza decorativa. No busca embellecer ni evocar nostalgia. Es una herramienta, una declaración de guerra velada, un aviso disfrazado de arte. Leocadia de Figueroa, la mujer que ha ocupado el lugar de doña Cruz, es la destinataria emocional de este “obsequio”. Una carta manuscrita la acompaña. Y la reacción de Leocadia al leerla es reveladora: confusión, nerviosismo, y un gesto que delata miedo.
En la sala no está sola. Junto a ella se encuentran el marqués Don Alonso y el capitán Lorenzo de la Mata. Tres figuras del poder actual del palacio, testigos de un momento que bien podría cambiar la dinámica del lugar para siempre. Porque si algo sabe hacer doña Cruz es calcular. Y este cuadro no ha llegado por azar.
Pero, ¿cómo es posible que una reclusa logre orquestar algo así en 1916? La respuesta, como casi siempre en esta historia, está en los recursos ocultos. Desde la venta del palacio de Cádiz hasta la contratación del abogado más temido y sigiloso del país, todo apunta a una red aún viva, poderosa, y leal a la marquesa. Hernando García del Guierro, el abogado en cuestión, podría estar detrás del traslado meticuloso de esta bomba visual y emocional hasta el corazón de La Promesa.
Y es que el cuadro podría ser mucho más que una amenaza velada: tal vez sea un autorretrato, una imagen de la misma doña Cruz, colgada en la estancia central para dejar claro quién sigue siendo, en espíritu, la verdadera señora del lugar. Como si dijera: “Estoy ausente… pero sigo aquí.”
La escena, además, es simbólica: Leocadia frente a la imagen, con los otros dos hombres poderosos mirando, la carta aún temblando entre sus dedos. Todo esto parece anunciar el comienzo de una campaña de venganza cuidadosamente planificada. Una campaña que no sólo busca recuperar lo perdido, sino hundir a quien usurpó lo que nunca le perteneció.
No es casual que justo en el capítulo anterior viésemos al marqués contemplando el retrato de su primera esposa, Carmen, antes de hablar con Leocadia sobre los conflictos entre Catalina y Martina. ¿Podría haber sido una pista? Un guiño de los guionistas indicando que la llegada de un nuevo cuadro —tal vez el de doña Cruz— representará una nueva era, o el retorno simbólico de su verdadero linaje.
La guerra está declarada. No con espadas ni gritos, sino con símbolos, silencios y miradas. Doña Cruz, desde su celda, ha lanzado su primer dardo. Y si este cuadro dice lo que muchos sospechamos, entonces no sólo Leocadia, sino todos en La Promesa, deberán prepararse para lo que viene.
¿Crees que la marquesa conseguirá su venganza? ¿O este es sólo el comienzo de una guerra mucho más profunda en el palacio?