“Un nuevo poder se ha instaurado en La Promesa… y no todos sobrevivirán a su mandato.”
Desde la llegada de Cristóbal Ballesteros, el aire en los pasillos del Palacio se ha vuelto más denso. Pero lo que muchos no saben es que él no es el verdadero titiritero de esta nueva etapa sombría. El verdadero cerebro de la operación tiene rostro conocido: Leocadia, “la postiza”, como ya algunos la han bautizado con sorna. Sin uniforme, sin título, pero con más control que nunca.
La serie se sumerge esta semana en una transformación escalofriante: una dictadura disfrazada de mayordomía está empezando a cobrarse víctimas. Y no hablamos de enemigos del marquesado, sino de los propios pilares del servicio.
Ricardo Pellicer, el leal mayordomo que dedicó su vida a La Promesa, es humillado públicamente. Tras años de esfuerzo, de servir con dignidad y humanidad, es relegado a ayudante de cámara. No por falta de mérito, sino por no encajar en los planes oscuros de Leocadia. Su rostro, marcado por la decepción, es el reflejo del nuevo orden: uno donde la lealtad ya no tiene valor.
Petra, por su parte, está a punto de estallar. Ella, acostumbrada a imponer y controlar, descubre lo que es vivir bajo vigilancia. Cristóbal no le permite dar ni un paso sin reportarlo. Sus venenosas miradas y sus comentarios cargados de desprecio resurgen, pero esta vez, sin efecto. Ella ya no es quien dirige, sino la dirigida. Lo que antes era su reino, ahora es su cárcel.
Y sin embargo, lo más aterrador es lo invisible. Porque Leocadia no aparece en cada escena, pero está en todas partes. Como dijo Ángela a Curro: “Mi madre mueve más hilos que un titiritero.” Y cada paso que da Cristóbal es una extensión de su voluntad. Su llegada no fue espontánea. Fue una jugada maestra de una mujer que entiende el poder como un arma silenciosa, letal.
En este nuevo tablero, todos los peones tiemblan. Lope, el cocinero que regresó tras su misión secreta en Carril, pronto se convierte en blanco. Lo que debía ser un retorno glorioso, se transforma en una amenaza. Ricardo desconfía de él, y Cristóbal parece tenerlo ya en su mira. La cocina, ese lugar de aromas y calidez, puede volverse su infierno.
Curro lucha por mantener la calma. Sabe que algo grande está en marcha. Sabe que su amigo Lope no volvería con las manos vacías. Pero también sabe que hablar puede costarle caro. Y el silencio empieza a ser el único refugio seguro.
Mientras tanto, en lo alto de la jerarquía, Lorenzo de la Mata y Leocadia se enfrentan. Una discusión feroz entre dos serpientes que hasta ahora compartían madriguera. Pero cuando los planes fallan, el veneno se vuelve interno. ¿Quién traicionará a quién?
La pregunta que flota en el aire es clara:
¿Quién manda realmente en La Promesa?
¿Cristóbal? ¿El Marqués? ¿O esa mujer sin título, pero con mil ojos y oídos?
Lo cierto es que los antiguos líderes del servicio están cayendo uno a uno. Rómulo ya se ha ido. Ricardo ha sido humillado. Petra está siendo domada. Y los nuevos tiempos no prometen piedad.
En esta nueva era, el poder ya no grita. Susurra. Se oculta. Se infiltra. Y cuando te das cuenta de que lo tienes encima… ya es demasiado tarde.
¿Será esta dictadura silenciosa la que destruya por completo el equilibrio en La Promesa?
¿O los antiguos aliados encontrarán fuerza para rebelarse antes de ser devorados?