En los salones imponentes de La Promesa, una crueldad palpable se cierne, tejiendo intrigas que amenazan con desmoronar la vida de aquellos que osan desafiar el orden establecido. El duque de Carvajal y Cifuentes, una figura de autoridad y arrogancia, ha desatado su desprecio, y sus víctimas, Adriano y Samuel, se encuentran en el punto de mira de sus maquiavélicos planes.
Adriano, un hombre de nobleza innata, cuya bondad y altruismo lo impulsaron a salvar la vida del duque, se ve ahora arrastrado a un torbellino de humillación. El duque, en su afán por reafirmar su poder, no duda en menospreciar el apellido García, tildándolo de “vulgar” e “impropio de un condado”. Esta escena, aunque parezca insignificante, revela la esencia del carácter del duque: un ser que se deleita en rebajar a otros para sentirse superior. La rapidez con la que el título nobiliario de “Condes de Campos y Luján” fue concedido, contradiciendo la lentitud habitual de la burocracia de la época, solo subraya la celeridad con la que los guionistas han orquestado esta trama, no solo para generar un conflicto inmediato sino también para exponer la insensibilidad de un personaje que cree tener el derecho de dictar la valía de los demás en función de su linaje. La audacia del duque al cambiar el apellido de Adriano por uno que considera más “elegante” es una afrenta directa a su identidad, una demostración de poder que va más allá de lo meramente social, adentrándose en el terreno de lo personal y lo humillante.
Pero Adriano no es la única víctima en la mira de este duque. Samuel, el sacerdote excomulgado, se encuentra en una posición aún más precaria, atrapado en las redes de doña Leocadia. Esta mujer, la “postiza” omnipresente, parece tener un don para inmiscuirse en cada intriga del palacio. Lo más desconcertante es la exigencia de Leocadia a Samuel de ocultar su excomunión al duque Lisandro, lo que crea un enigma sobre los verdaderos motivos de la “postiza”. Si el duque ya estuvo presente en el bautizo donde el padre Samuel no pudo oficiar por su excomunión, ¿cómo es posible que aún no se haya enterado? Esta inconsistencia, aunque justificada por la naturaleza de la ficción, subraya la naturaleza manipuladora de Leocadia, quien parece estar utilizando a Samuel como un peón en un juego más grande, un instrumento para sus planes ocultos que, con alta probabilidad, tienen que ver con el espionaje industrial que se está llevando a cabo en el hangar.
El misterio que rodea el hangar se profundiza, con Manuel y Toño descubriendo que sus pertenencias y planos del motor son constantemente revueltos. La sospecha recae fuertemente sobre Leocadia, cuya participación en los negocios de Manuel la coloca en una posición privilegiada para orquestar un espionaje industrial, buscando copiar los modelos de los motores de avión. Sin embargo, no se puede descartar la posibilidad de que Toño, impulsado por la avaricia, también esté involucrado, añadiendo otra capa de traición a la ya compleja red de intrigas.
La Promesa se ha convertido en un tablero de ajedrez donde el poder, la manipulación y la traición son las piezas clave. Los hilos de estas conspiraciones se entrelazan, amenazando con desvelar verdades incómodas y desatar consecuencias devastadoras para aquellos que se encuentran en el camino de los poderosos. La confrontación entre la arrogancia del duque y la nobleza de Adriano, la desesperación de Samuel bajo el yugo de Leocadia, y los secretos que acechan en el hangar, pintan un panorama de incertidumbre y peligro.
¿Hasta dónde llegarán el duque y Leocadia en su afán por controlar y destruir? Y, ¿podrán Adriano y Samuel, en medio de este caos, encontrar la fuerza para resistir y proteger sus verdades y su honor?