La Promesa, siempre envuelta en una elegancia engañosa y una calma aparente, se convierte en escenario de un horror impensable. Lo que debía ser una jornada de celebración, el bautizo de los hijos de Catalina y Adriano, se convierte en una pesadilla cuando una figura rota por dentro, Eugenia, irrumpe en la ceremonia con un arma en mano, dejando a su paso sangre, gritos y un silencio helado.

Desde el amanecer, el aire de La Promesa vibraba con una tensión apenas contenida. Todo parecía demasiado perfecto: los candelabros resplandecientes, los manteles de lino impecables, los arreglos florales que embriagaban los sentidos… Pero debajo de esa belleza se ocultaban hilos oscuros, cuidadosamente entretejidos por manos tan sutiles como peligrosas. Leocadia y Lorenzo, moviendo los hilos como titiriteros expertos, habían manipulado a Eugenia, aprovechándose de su fragilidad mental y empujándola hacia un abismo sin retorno.

Mientras tanto, los problemas hervían bajo la superficie. Martina, cada vez más inquieta, comienza a desconfiar de Jacobo. Su relación con Lisandro, el poderoso duque de Carvajal y Cifuentes, se ha estrechado de forma sospechosa. ¿Qué une realmente a su prometido con ese hombre frío y distante? Jacobo lo niega todo, pero su defensiva y el brillo opaco en sus ojos no hacen más que avivar las dudas de Martina. ¿Está Jacobo implicado en algún tipo de trato turbio? ¿O tal vez se está dejando arrastrar por ambiciones que van más allá del amor?

En los pasillos del servicio, Pía no cesa en su búsqueda de justicia por la muerte de Llana. Un descubrimiento inesperado en la antigua habitación de la joven cambia el rumbo de su investigación: un frasco vacío, con restos de una sustancia venenosa. Todo apunta a un envenenamiento deliberado… ¿Quién tuvo acceso al agua de Llana en sus últimos momentos? ¿Quién estaría dispuesto a asesinarla? Las piezas del rompecabezas comienzan a encajar, pero el precio de la verdad podría ser demasiado alto.

Curro, devastado por la muerte de su amiga, trata de sostenerse como puede, pero la presencia errática de Eugenia, sus murmullos constantes y sus miradas perdidas, lo llenan de temor. Algo en su interior le dice que lo peor está por llegar.

Y no se equivoca.

Llega el momento del bautizo. Todos los invitados están reunidos: nobles engalanados, sirvientes nerviosos, y una atmósfera cargada de presagios. El duque Lisandro, padrino de los niños, impone con su presencia. Pero de repente, todo se detiene. El sonido de un disparo rompe la armonía. Eugenia aparece, desquiciada, temblorosa, empuñando una pistola. Sus ojos no ven el presente, están atrapados en una realidad distorsionada, alimentada por las mentiras de Leocadia y Lorenzo.

¡Dispara!

El caos estalla. Gritos desgarradores reemplazan los cánticos religiosos. La sangre tiñe las vestiduras blancas de los bebés y de los sirvientes. Nadie sabe exactamente a quién ha alcanzado la bala, pero lo cierto es que nada volverá a ser igual. Los invitados se lanzan al suelo, algunos corren a proteger a los pequeños, otros huyen despavoridos. Eugenia, en su trance, parece no ser consciente de la gravedad de sus actos. Ha cruzado una línea sin retorno.

El servicio, fiel testigo de las injusticias de la casa, es quien sufre la peor parte. Una joven criada cae al suelo, herida, mientras Petra, en medio de todo, intenta mantener la calma. Pero ella también enfrenta su propio calvario: la excomunión de Samuel ha removido cimientos morales que ahora se tambalean peligrosamente.

Y mientras el caos reina, María Fernández irrumpe con una acusación pública que sacude los pilares de La Promesa. Señala con voz firme, con la determinación de quien ya no teme perderlo todo. ¿A quién acusa? ¿Y por qué ahora?

Leocadia, como una serpiente, se desliza entre los restos del desastre y lanza su anzuelo hacia Manuel: una suma de dinero más que generosa, pero a cambio de algo oscuro, innombrable. Una decisión que podría marcar su destino para siempre.

El bautizo que debía ser una promesa de vida, se convierte en un símbolo de destrucción. Los pequeños Luján, inocentes en su cuna, se ven envueltos en una red de secretos, traiciones y locura. Los invitados, marcados por lo ocurrido, ya no podrán fingir que La Promesa es solo un hogar lleno de esplendor. Es, en realidad, un campo minado de pasiones ocultas y heridas abiertas.

Esta semana, La Promesa arde. Bajo las llamas del escándalo, de la sangre y de las verdades reveladas, muchos quedarán destruidos. Algunos saldrán ilesos físicamente, pero nadie escapará del todo. Las cicatrices serán profundas, tanto en el alma como en el corazón. Eugenia, lejos de ser la única culpable, es solo el producto de una maquinaria siniestra que opera en las sombras.

¿Quién pagará por lo ocurrido? ¿Podrá la familia Luján recuperar la paz alguna vez? ¿O es este solo el comienzo de una espiral de violencia que amenaza con devorarlo todo?

Una bala lo ha cambiado todo.
Y ahora, La Promesa debe enfrentarse a su noche más larga.