La noche parecía haberse detenido en un suspiro mientras Damián e Irene compartían un momento único de intimidad. El tango, un baile que Damián había aprendido en Buenos Aires junto a su difunta esposa Catarina, comenzó a fluir entre ellos. Irene, al principio un tanto desconcertada, pronto se sumergió en el ritmo. “No sé bailarlo”, dijo, con una sonrisa tímida, mirando los pasos que él hacía con elegancia.
“No es tan difícil. Mira esto”, respondió Damián, guiándola con suavidad. Su voz, casi como un susurro, la envolvía. “Al contrario que las casas aquí, manda el hombre. Vale, así que me sigues. ¿De acuerdo?” Con esos simples pasos, él la introducía en su mundo, uno de recuerdos y de silencios compartidos. “Mira, es paso así. Yes,” dijo, mientras su cuerpo se movía con una fluidez que traía consigo el eco de tiempos pasados.
El ambiente estaba cargado de una conexión silenciosa, una tensión que parecía irradiar del suelo hasta las paredes de la habitación. Damián, con la mirada fija en Irene, parecía perderse en el movimiento, como si el tango fuera su única forma de conexión con el pasado. Irene, aunque reservada, respondió a su toque con una gracia natural, y por un breve momento, el tiempo pareció desvanecerse. Estaban atrapados en su propio mundo, donde las palabras sobraban y solo quedaba el baile.
Pero, como todo en la vida, ese momento de intimidad no pudo durar mucho. La puerta se abrió abruptamente, y la presencia de Digna y su nieto Julián rompió la atmósfera. Julián, con su rostro lleno de emoción, le traía a su abuelo los pasteles que tanto le gustaban. Damián sonrió y le agradeció, pero algo había cambiado. La tensión en el aire era palpable. Irene, que antes había estado tan cerca de Damián, ahora se encontraba a un paso más atrás, distanciada, mientras Digna entraba en la habitación con una mirada serena pero curiosa.
Damián, tratando de recuperar la normalidad, hizo un esfuerzo por invitar a Digna a quedarse con ellos. “¿Te quedas con nosotros? ¿Nos acompañas?” La invitación fue cordial, pero la respuesta de Digna fue tajante y clara. “No, gracias. Tengo muchas cosas que hacer,” dijo, antes de añadir una frase que dejó a todos pensativos: “¿Has hablado con Luis? ¿Habéis solucionado lo de los porcentajes?” La pregunta no era casual. Era evidente que Digna, aunque no participaba activamente en el día a día de la familia, estaba al tanto de los problemas laborales que comenzaban a surgir.
Antes de marcharse, Digna mencionó que tenía que ver a Pedro, un nombre que resonaba con fuerza, dejando una sensación de incomodidad en el ambiente. Damián e Irene se quedaron allí, en silencio, como si el aire hubiera cambiado de golpe. La cercanía que habían compartido ahora estaba rota, y el peso de las palabras no dichas flotaba entre ellos.
La entrada de Digna había alterado algo más que la tranquilidad de la noche; había desbaratado la intimidad que Damián e Irene habían comenzado a construir, dejando a todos en una posición incómoda, sin saber qué rumbo tomar. ¿Será este el fin de un momento fugaz de cercanía, o la tensión entre los personajes solo está comenzando?
¿Qué piensas de la actitud de Digna? ¿Crees que sus intenciones son puras, o hay algo más detrás de su visita?