“Tenemos que empezar a asumir que hay un espía entre nosotros.”
La frase de Marta cae como un martillo sobre la tranquilidad ya frágil de Perfumerías de la Reina. No es una suposición. Es un veredicto. Y nadie —ni siquiera los miembros más antiguos de la familia— está fuera de sospecha.
Todo comienza en una mañana cargada de tensión. Andrés y Damián esperan en la fábrica, intercambiando palabras llenas de subtexto. Damián intenta limar asperezas tras una discusión reciente, apelando a la armonía familiar. Andrés, aunque más sereno, deja claro que no siempre estarán de acuerdo. Es una dinámica conocida: el padre que busca orden, el hijo que arde por actuar.
Y entonces llega Marta.
Agotada pero firme, trae noticias cruciales tras su visita a Cobeaga. Le costó convencerlo, pero finalmente logró evitar una demanda por el supuesto robo de su perfume. La buena noticia: no habrá juicio. La mala: Cobeaga se ha retirado completamente del mundo de las fragancias. Está harto. Dolido. Desengañado.
Pero lo peor aún no se ha dicho.
Cobeaga está convencido de que el perfume no fue robado de su taller. Su protocolo de seguridad, nacido tras un viejo robo que marcó su carrera, lo hace estar seguro. El frasco estuvo siempre bajo llave, en una caja fuerte de París, que no se abrió hasta que tuvo que compararlo con la fragancia de Brosar. Es decir: el robo no ocurrió allá. Ocurrió aquí.
En ese momento, la sala se enfría.
Marta, con una calma contenida, lanza la bomba: el espía no está en el extranjero. Está entre ellos. En Perfumerías de la Reina.
Andrés, encendido, se ofrece inmediatamente para interrogar uno por uno a todos los empleados del laboratorio. Quiere justicia. Quiere respuestas. Pero Damián lo detiene. “Tasio va a liderar nuestros interrogatorios, no tú.” Su tono es firme, casi autoritario. No hay espacio para debates. La razón oficial es clara: Tasio conoce bien al personal, lleva años en la fábrica. Pero la verdad es más delicada. Damián teme que Pedro —una figura de poder clave en la empresa— no acepte que Andrés lidere nada debido a su historial de roces.
Andrés no responde de inmediato. Su silencio lo dice todo. No está de acuerdo, pero reconoce la lógica política detrás de la decisión. A regañadientes, cede.
Esta escena no trata solo de espionaje industrial. Se trata de confianza rota. De relaciones familiares tensadas por intereses cruzados. De cómo, cuando se siembra la duda, hasta los lazos más fuertes empiezan a crujir.
¿Quién traicionó desde dentro? ¿Y hasta dónde llegarán para descubrirlo?