“¿Te gusta ser un estorbo?”, lanza Andrés con una mezcla de ironía y determinación apenas cruza el umbral del laboratorio. La tensión se corta en el aire, espesa como el perfume que ya no está. En el corazón de Perfumerías de la Reina, el interrogatorio por el robo del producto estrella de Cobeaga ha comenzado… y nadie puede permitirse el lujo de mirar hacia otro lado.
Tasio, como investigador oficial del caso, dirige la escena con firmeza. Pide disculpas por su tono directo, pero no hay lugar para los rodeos. “Es en interés de todos resolver este asunto”, explica. Frente a él, Luis y Cristina intentan mantener la compostura. Luis, con su habitual tono sarcástico, responde que nadie en su sano juicio querría dañar el proyecto en el que trabajan. Pero el subtexto es claro: Tasio desconfía. No porque tenga pruebas, sino porque los dos eran las personas con más acceso al perfume desaparecido.
“Vosotros trabajasteis directamente con el perfume de Cobeaga”, recuerda Tasio. Una frase que parece inocente, pero que encierra un filo cortante. Cristina desvía la mirada. Luis se tensa. La duda, aunque no dicha abiertamente, se instala en la sala.
Y entonces entra Andrés.
Su presencia no estaba planeada, pero tampoco es bienvenida del todo. Pregunta si puede quedarse, sabiendo bien que su llegada altera el equilibrio. “Cuatro oídos escuchan mejor que dos”, responde Tasio, dándole paso. Luis y Cristina asienten con un gesto resignado. Nadie quiere parecer culpable, pero todos temen que haya más ojos observando.
Andrés no necesita mucho tiempo para posicionarse. Está indignado. Este asunto no solo lo irrita: lo trastoca. Ha sido víctima, como todos, de una traición que todavía no tiene rostro. “Prefiero estar aquí para que quien nos ha jugado reciba lo que merece”, dice con frialdad. Nadie responde, pero todos entienden el mensaje: el traidor está entre ellos.
La conversación toma otro tono. Ya no es solo un interrogatorio. Es una especie de juicio moral, donde la presión grupal pesa tanto como la lógica investigativa. Tasio intenta reconducir la charla hacia lo técnico: quién manipuló los frascos, quién tuvo acceso a las fórmulas, quién entró al laboratorio en horarios inusuales. Pero bajo cada pregunta hay un clima de sospecha que ninguno puede ignorar.
Y mientras cada uno trata de justificar sus acciones, el verdadero culpable —si está presente— permanece en silencio. Esa es la tragedia y la ironía de esta escena: incluso cuando todos están buscando la verdad, siguen atrapados en las apariencias, en el miedo a señalar o a ser señalados.
La participación de Andrés cambia el ritmo del interrogatorio. Su presencia no solo representa una voz más, sino un reflejo del sentimiento general de la empresa: la confianza se ha roto, y hasta que el responsable no aparezca, todos estarán en la mira.
Este momento, lejos de ofrecer respuestas, siembra nuevas preguntas. ¿Hasta qué punto se puede confiar en los compañeros de trabajo? ¿Cuánto pesa la lealtad cuando el prestigio de toda una empresa está en juego? ¿Y qué pasará cuando el verdadero culpable salga a la luz… o peor aún, si nunca lo hace?
La búsqueda de la verdad apenas comienza.