“Estoy siendo clara, Andrés. Quiero darle una oportunidad.”
Las palabras de Begoña cortan el aire como una daga afilada. No hay marcha atrás. Ya no queda espacio para silencios incómodos ni medias verdades. La verdad, desnuda y cruda, ha salido finalmente a la luz.
Todo comienza con su regreso al hogar de la familia Reina. Acaba de salir del dispensario, aún con el pulso agitado por pensamientos no resueltos. Al entrar, lo primero que encuentra es a Andrés, tranquilo como siempre, saludándola con esa calidez que un día la hizo sentir protegida.
Pero esta vez no hay refugio en su sonrisa. Begoña responde con una frase forzada sobre Julia, intentando aligerar lo inevitable. Habla de la felicidad de la niña montando a caballo con él, de lo mucho que lo disfrutó. Andrés asiente, evocando el recuerdo con ternura, incluso propone repetir la salida. Todo parece normal… pero no lo es.
Un suspiro escapa de Begoña. Ha llegado el momento. Ya no puede esconderse. “Andrés, en realidad quería hablar contigo un momento.”
Él percibe el cambio en su tono, la sombra en su mirada. Se pone serio, casi como si anticipara lo que está por venir. Ella comienza por el pasado: la separación, el dolor, las razones que los llevaron a alejarse. Pero ahora hay algo nuevo que necesita decir. Algo que no puede seguir guardando.
Cuando al fin lo suelta —“He empezado a tratar con Gabriel”—, el mundo de Andrés se detiene por un instante. Su expresión se endurece. El corazón le martillea en el pecho.
“¿A tratar? ¿Qué significa eso exactamente?” pregunta, incrédulo.
Begoña responde con sinceridad: están conociéndose, se sienten bien juntos. No sabe a dónde los llevará, pero quiere darse la oportunidad. Andrés la mira con ojos llenos de decepción, con una mezcla de dolor y orgullo herido. “Te lo advertí. Te dije que él iba a por ti desde el principio.”
Pero Begoña no comparte esa visión. No cree en conspiraciones. Cree en lo que ha sentido, en lo que ha nacido sin esfuerzo. Andrés, molesto, arremete: “Gabriel no hace nada de forma natural.” Y aunque ella lo enfrenta con preguntas, él se cierra en sí mismo. Decide terminar la conversación.
“No quiero discutir contigo.”
“No dejes las cosas a medias”, insiste ella.
“Es que no vale la pena seguir hablando. Está claro que pensamos muy distinto.”
Y entonces, con la voz helada y firme, Andrés cierra la escena: “Voy a acompañar a mi mujer a dar un paseo.”
María, desde el pasillo, ha escuchado todo. Nadie la ha visto. Pero ella ha oído suficiente para saber que su plan está funcionando a la perfección. Su rostro lo confirma: satisfacción pura. Ha movido sus piezas con maestría.
Mientras tanto, en otro rincón de este entramado de emociones, se desata una crisis aún más grave.
En la fábrica, el ambiente es de absoluto desconcierto. Brosar, una empresa rival, ha lanzado al mercado una fragancia sospechosamente similar a la desarrollada en Cobeaga. Marta, sin perder tiempo, consigue una muestra del perfume y la lleva directamente a Luis.
Entra sin avisar. “Ya lo tenemos.”
Luis la observa con tensión. Toma el frasco, lo destapa y lo huele. En ese momento, su rostro se transforma. El reconocimiento es inmediato. “Dios mío…” murmura. “No es igual, pero casi.”
Joaquín, también presente, va más allá. “Es idéntico. Estoy seguro.” Luis asiente con una mezcla de rabia y desilusión. Ha trabajado durante meses en esa fórmula. La conoce como la palma de su mano. Y lo que ha olido… es su trabajo robado.
Marta intenta razonar: “¿Puede ser una coincidencia?” Pero Luis niega con la cabeza. No lo es. Las diferencias son mínimas. La base es la misma. Es imposible que se haya replicado por azar. Marta se lo confirma con voz firme: “Alguien sacó una muestra de nuestra fórmula y se la entregó a Brosar.”
Joaquín palidece. “¿Y si eso es cierto… quién fue?”
Un silencio cargado se apodera de la sala. Pero en el pasillo, alguien más escucha. Gabriel. Con una sonrisa discreta en los labios, se da media vuelta y se aleja. Su andar es sereno, seguro, como si nada pudiera tocarlo.
“Espionaje industrial,” declara Marta. Nadie responde. Nadie se atreve a imaginar hasta dónde puede llegar esta traición.
Así, el capítulo 363 de Sueños de Libertad se convierte en un torbellino de emociones y sospechas. Las relaciones personales se quiebran, las lealtades tambalean, y la verdad empieza a emerger —con toda su crudeza— desde las sombras.
¿Descubrirá Andrés lo que realmente mueve a Gabriel?
¿Logrará María su cometido o su manipulación le pasará factura?
¿Quién fue capaz de traicionar a la familia Cobeaga por dinero o poder?
Y tú, como espectador…
¿Qué harías si la traición viniera de quien menos lo esperas?