Sueños de libertad (Capítulo 363): María, nos hicimos mucho daño como para olvidarlo.

“Yo podría olvidarlo todo si tú me ayudas.”
María no habla por hablar. Sus palabras cargan una mezcla desesperada de ternura, nostalgia y una esperanza que se resiste a morir. Frente a ella, Andrés. El mismo hombre que un día la hizo sentir segura bajo las estrellas… ahora es un abismo.

En el capítulo 363 de Sueños de libertad, asistimos a un momento íntimo que va mucho más allá de una simple conversación. Es un reencuentro emocional entre dos personas marcadas por heridas profundas, compartiendo una memoria que los une y una verdad que los separa.

Todo comienza de forma inocente. María le pregunta a Andrés cómo fue el paseo a caballo con Julia. Él responde con calidez: Julia disfrutó mucho, incluso alimentó a un potrillo recién nacido. María, con dulzura, comenta que la niña será toda una amazona. Por un instante, parecen una familia. Pero la ausencia de Jesús, padre de Julia, deja un vacío palpable. “Aunque no tenga a Jesús, me tiene a mí”, dice María, intentando llenar ese vacío. Andrés lo reconoce y agradece el momento compartido con su hija, un momento que ambos sabían que no podían recuperar.

Pero lo más doloroso llega cuando los recuerdos se imponen. María evoca aquel paseo a caballo que hicieron juntos al río Ara. Fue un día perfecto, uno en que se perdieron hasta que cayó la noche. Ella, asustada, recuerda cómo Andrés la guió con las estrellas, haciéndola sentir segura, protegida. “No sabes cómo lo echo de menos”, confiesa, mientras el silencio entre ellos se llena de lo que no se dice.

“¿De verdad tú no lo añoras?”, pregunta ella. Andrés, derrotado por su propio dolor, admite: “En aquel momento era más feliz”. María se aferra a esa grieta en la coraza de Andrés. “Esos días podrían volver”, afirma con la esperanza de quien aún cree. Pero Andrés no puede seguirla en ese viaje. “No creo que sea posible.” La frase cae como una sentencia. María, sin rendirse, quiere entender. “¿Por qué?” Andrés, con la voz cargada de recuerdos amargos, responde: “Nos hemos hecho mucho daño los dos. Y eso no se puede olvidar.”

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Pero para María, el olvido sí es posible. Si él la ayuda, si él quiere. “Estoy segura de que podría.” Es su última súplica, su intento final de cambiar el rumbo del pasado con el peso del amor. Pero no hay respuesta. La conversación se rompe, como su historia.

María se retira lentamente. “Voy a leer un rato al distribuidor”, dice, intentando ocultar la tristeza. Andrés se queda solo, atrapado entre el recuerdo de lo que fueron y la imposibilidad de volver.

Este episodio nos recuerda que a veces el amor no muere, pero queda enterrado bajo capas de dolor. María lucha contra el olvido, mientras Andrés aún no puede perdonarse ni a sí mismo ni a ella. Y en medio de ese abismo, queda una pregunta que arde en el corazón de todos los que alguna vez amaron y perdieron:

¿Vale la pena reabrir viejas heridas si aún palpita algo debajo?

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