Todo gira alrededor de María, cuya reciente y confusa tentativa de suicidio ha dejado a todos trastornados. Begoña empieza a sospechar que no todo fue tan espontáneo como aparenta, y lo que comienza como una serie de preguntas inocentes, va transformándose en un interrogatorio que remueve más de una conciencia.

Mientras tanto, Manuela intenta evitar que Raúl entre a la habitación de María. Él asegura que solo quiere verla y saber cómo está, aprovechando que ni Andrés ni el patrón están en casa. La tensión crece. Begoña interviene con amabilidad aparente, pero su verdadera intención es arrancar la verdad sobre lo que pasó la noche anterior. Raúl y Manuela confiesan que fue un accidente afortunado haberla encontrado: una lámpara caída, un ruido sospechoso, sangre en las sábanas… Todo muy oportuno. ¿Demasiado oportuno?

Begoña lo nota. Su mirada cambia. Las piezas no encajan del todo. ¿Cómo puede ser que justo pasaran por ahí en el momento exacto? ¿No será que alguien provocó ese ruido para asegurarse de ser encontrado y rescatado a tiempo?

Por otro lado, en el elegante y estratégico mundo de los negocios, Marta y Pelayo tratan de cerrar un trato vital con Alonso Cobeaga. Marta lo seduce con argumentos sólidos sobre la expansión internacional de Perfumerías de la Reina. Pelayo, con el encanto justo, recuerda cómo conoció a Marta gracias a los productos de cortesía de la empresa. Alonso, sin embargo, parece interesado en algo más que fragancias: lanza comentarios sugerentes, se ofrece a brindar con champán… ¿Está usando los negocios como excusa para acercarse a Pelayo?

De vuelta en la casa, la tensión entre María y Begoña estalla. Begoña entra con comida y calmantes, pero María la recibe con veneno en cada palabra. “No pienso comer nada que haya pasado por tus manos”, le escupe. Begoña, dolida pero firme, le recuerda que incluso le dio su sangre cuando perdió al bebé. Pero para María, eso no es consuelo, sino otra carga más en una vida que se siente rota.

La conversación se torna oscura, casi insoportable. Begoña le habla del ruido en la habitación, de la lámpara tirada, de la sospechosa oportunidad en la que fue encontrada. Insinúa que todo fue un montaje, un acto desesperado para retener a Andrés, para jugar la carta de la víctima. María, furiosa, la acusa de tener una mente enferma. Pero en su rabia también hay miedo. ¿La ha descubierto?

Begoña le lanza la verdad como una cuchilla: “Andrés no puede darte lo que tú esperas, ni aunque se amputara las piernas. Porque lo que buscas… no es amor. Es venganza.” María, descompuesta, le grita que no sabe nada, que no entiende su dolor. Pero la única que parece realmente perdida es ella misma.

La escena termina con Begoña marchándose, dejándola sola, devastada, enfrentándose a su propio reflejo. ¿Fue realmente un intento de quitarse la vida… o el acto desesperado de una mujer decidida a manipularlo todo?

Y mientras María trama en silencio, la historia sigue girando a su alrededor. Andrés sigue creyendo en su culpa, sigue atado por la culpa y el miedo. ¿Podrá Begoña abrirle los ojos antes de que sea tarde?

Por otro lado, el vínculo entre Marta y Pelayo con Cobeaga se vuelve más turbio. ¿Está Alonso realmente interesado en un contrato comercial o quiere algo más personal? ¿Podrá Marta mantener el control o este nuevo “aliado” será un enemigo con sonrisa encantadora?

En Sueños de libertad, nada es lo que parece. El dolor se disfraza de amor. La compasión esconde planes oscuros. Y cada personaje, consciente o no, es una pieza de una partida donde perder… puede ser fatal.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que María fingió todo para manipular a Andrés? ¿Logrará Begoña su objetivo o terminará derrotada por una mentira tan bien construida? ¿Cobeaga está detrás del contrato… o de Pelayo?

Déjanos tus teorías en los comentarios y no te pierdas el próximo capítulo, porque lo que está por venir… cambiará Sueños de Libertad para siempre.