El lunes arranca con una brutal confrontación que hace temblar la fábrica. Raúl, consumido por el dolor y la ira tras el accidente de María, escupe su veneno a Andrés, culpándolo de la tragedia. “¡Tú tienes la culpa de todo!”, ruge Raúl, su rostro una máscara de furia. La tensión es palpable, dos hombres al borde del abismo, con los puños apretados y las palabras como cuchillos. Manuela, la sirvienta, intercede justo a tiempo, pero la hostilidad flota en el aire, prometiendo futuras batallas.
Mientras tanto, las advertencias llueven para Andrés. Primero, María, con una fragilidad estudiada y lágrimas a flor de piel, insinúa que Raúl “quizás simplemente ve la verdad que tú te niegas a aceptar”. Luego, Manuela, preocupada, le advierte a María sobre la impulsividad de Raúl, pidiéndole que frene su ira contra Andrés para evitar una desgracia. Pero María, con una sonrisa enigmática, parece estar moviendo los hilos de una guerra que apenas comienza.
En el laboratorio, otra catástrofe se gesta. Cristina, en un arranque de imprudencia, toma una decisión unilateral sobre una muestra de perfume vital para el cliente Cobeaga. El resultado es un desastre olfativo. Luis, al descubrirlo, se enfurece: “¿Pero qué has hecho? ¡Has arruinado meses de trabajo!”. Cristina, pálida y temblorosa, cree haber sellado su destino en Perfumerías de la Reina.
La intriga se extiende hasta el despacho principal. Don Pedro, sintiéndose acorralado por las pesquisas de Damián, confronta a su cuñado por permitir que Cristina, su hija secreta, trabaje en la fábrica. Damián, con una calma exasperante, responde que solo ha dado una oportunidad a una joven talentosa. Este choque abre una grieta en la ya frágil relación de Pedro con su hermana Irene, quien empieza a darse cuenta de la magnitud de las mentiras de su hermano. Los secretos más oscuros aún esperan ser revelados.
La noticia de la pelea entre Andrés y Raúl llega a oídos de María, dándole una nueva arma. Con una falsa urgencia, María ordena a Raúl que se aleje de Andrés, manipulándolo para asegurar su “reconquista”. Raúl, confundido pero devoto, no entiende que cada palabra de María es un hilo más en la tela de araña que teje alrededor de Andrés.
El golpe final del día llega de la mano de Andrés. Le comunica a María la devastadora noticia: los médicos no son optimistas, hay pocas esperanzas de que vuelva a caminar. El desgarrador llanto de María se clava en el alma de Andrés, quien le promete no abandonarla, buscar a los mejores especialistas y encontrar una solución juntos.
Desde la distancia, Begoña siente cómo su mundo se desmorona. Andrés no solo ha roto con ella, sino que se ha encadenado voluntariamente a María, sacrificando su futuro en el altar de una culpa que Begoña sospecha fabricada. Consumida por la impotencia y la rabia, Begoña decide no ser más una espectadora pasiva. Se enfrenta a Andrés: “María no es una víctima indefensa. Está actuando. Te está utilizando para vengarse de nosotros… de nuestro amor”. Andrés, ciego a la manipulación, la repudia. Esa noche, en la soledad de su habitación, Andrés toma la decisión que sellará el destino de Begoña: la buscará al día siguiente para terminar todo para siempre.
Mientras tanto, un nuevo personaje, Chema, el hermano de Carmen, llega a la colonia con el aroma de los libros nuevos y viejos problemas, dispuesto a empezar una nueva vida como vendedor de enciclopedias. Y en la casa de los De la Reina, la puerta se abre para recibir a Gabriel. Begoña es la primera en verlo y siente una extraña conexión, una pequeña luz en su inmensa oscuridad. La semana apenas comienza, y las piezas ya se mueven en el tablero, preparando el jaque mate.
El Peso de las Decisiones: Martes de Secretos y Sospechas Crecientes
La resaca emocional del lunes da paso a un martes de consecuencias. Raúl, tras la advertencia de María y la tensión con Andrés, decide dar un paso atrás. Le pide disculpas a Andrés y, para sorpresa de este, anuncia que deja su puesto. Andrés acepta la disculpa, pero la desconfianza permanece. Cuando Manuela intenta interceder por Raúl, Andrés le lanza una pregunta directa: “¿Qué hay exactamente entre Raúl y la señora María?”. El silencio de Manuela es elocuente; Andrés empieza a percibir la peligrosa alianza entre la paciente y su chófer.
En casa de Carmen, la llegada de Chema trae un caos más ligero. Chema confiesa haber dejado su trabajo en Sevilla y necesita vender diez enciclopedias en una semana para conseguir un puesto. Tasio, el marido de Carmen, no tarda en calar al recién llegado, viéndolo como un vividor dispuesto a instalarse a costa de su hermana. Carmen, sin embargo, solo ve a su hermano pequeño, al que siempre ha protegido.
El verdadero epicentro del dolor se encuentra en el corazón de Begoña. La ruptura con Andrés la ha dejado devastada, un cascarón vacío. Lo peor es verlo a él, al hombre vital que amaba, consumirse en los cuidados de María, quien lo absorbe día a día en una devoción ciega, dejando su propia vida en suspenso. Es una tortura lenta, una muerte en vida que Begoña no sabe cómo soportar.
La preocupación también atenaza a Gema, quien ve a su marido, Joaquín, cada vez más obsesionado con la idea de que don Pedro lo ha engañado. Gema comparte sus miedos con Digna: “Me preocupa, Digna, no deja de darle vueltas a lo mismo, a que Pedro lo drogó, a que le robó la dirección”. Digna, al escuchar que Damián también sospecha de su propio hermano, siente una punzada de lealtad familiar y promete defenderlo.
Mientras tanto, Joaquín, lejos de amilanarse, decide poner a prueba a Irene. En una conversación aparentemente casual, deja caer una bomba: “No dejo de pensar en aquella noche, la de la reunión del balneario. Me quedé dormido de una forma tan extraña, casi como si alguien le hubiera puesto algo a mi copa. A veces pienso que si no fuera por aquello, yo seguiría al frente de la fábrica”. La reacción de Irene es inmediata y de lo más reveladora, sugiriendo que las sospechas de Joaquín podrían tener fundamentos aún más profundos.