“¿Qué quieres? ¿Que apoye a alguien que acusa sin pruebas? ¿Que me quede mirando como pierdes la cabeza por los celos?” Las palabras de Damián resonaron en la mente de Andrés como una bofetada. En ese momento, el salón de la casa familiar se convirtió en un campo de batalla donde los rencores, las sospechas y los viejos dolores se desbordaban como un torrente incontrolable.
Todo comenzó en una cena que, más que una reunión familiar, fue un escenario tenso de silencios y miradas esquivas. Andrés, marcado por la reciente frustración y dolor, no pudo evitar dejar escapar un comentario sarcástico sobre la fría actitud de su padre. Damián, sin inmutarse, le respondió con indiferencia, sugiriendo que la conversación debería esperar hasta el día siguiente. Pero Andrés, demasiado afectado, no estaba dispuesto a dejar las cosas en el aire.
La tensión continuó creciendo cuando, en un giro inesperado, Andrés acusó a su primo Gabriel de sabotaje en la fábrica, a pesar de no tener pruebas concretas. Damián, visiblemente molesto, le recriminó duramente por su actitud impulsiva, resaltando cómo su acusación había dañado la reputación de la familia. Para Damián, la falta de pruebas y la acusación sin fundamento solo sirvieron para crear aún más conflictos. La conversación se volvía cada vez más incómoda cuando, con incredulidad, Damián preguntó a Andrés si era cierto que había revisado las pertenencias de Gabriel sin su permiso.
El ambiente se volvió aún más denso cuando Andrés, decidido a justificar sus actos, reveló lo que pensaba en voz alta: “Si hubieras estado en la reunión, habrías apoyado a Gabriel, como siempre lo haces.” Esa fue la chispa que encendió un conflicto que venía gestándose desde mucho tiempo atrás. Andrés no solo acusaba a Gabriel de sabotaje, sino que también lo veía como el favorito de su padre, como la figura que siempre sustituía al hermano que había perdido, Jesús.
En ese momento, el dolor del pasado afloró con fuerza. Andrés le recordó a Damián cómo él siempre había tratado a Gabriel de la misma forma en que trataba a Jesús, como si nunca pudiera llenar el vacío dejado por su hermano muerto. Damián, desconcertado y herido, respondió con dureza, diciéndole que la rivalidad que veía entre él y Gabriel solo existía en su cabeza. Pero las palabras de Andrés, cargadas de resentimiento, parecían atravesar cada uno de los muros que durante años habían separado a padre e hijo.
La conversación se tornó aún más tensa cuando Damián le recordó a Andrés una amarga lección del pasado. “Tú y tu hermano os enfrentasteis por Begoña. No aprendisteis nada de aquello. ¿Quieres revivir lo mismo ahora con tu primo?” Esas palabras golpearon el corazón de Andrés. ¿Acaso nunca podría superar los fantasmas del pasado?
Cuando parecía que la conversación no podía ser más tensa, la puerta del salón se abrió de repente, interrumpiendo el enfrentamiento. Tasio, un empleado del laboratorio, entró en escena con una noticia crucial que cambiaría el curso de la conversación. En su investigación, Tasio había descubierto algo sorprendente: durante su revisión de los casilleros de los trabajadores, encontró una copia de la llave del laboratorio en el casillero de Remedios Ojos, una empleada del área de paquetería. Este hallazgo revolucionaba la investigación, pues ya no se podía acusar solo a Gabriel.
Este descubrimiento, lejos de aliviar la tensión, complicaba aún más la situación. Andrés, que había basado sus acusaciones en sus celos y su desconfianza hacia Gabriel, se vio enfrentado a la posibilidad de haber cometido un error grave. ¿Había acusado injustamente a su primo, dañando su reputación y exacerbando el conflicto familiar? La duda se instaló como una pesada sombra, mientras la revelación de la llave robada hacía que la verdad pareciera aún más distante.
El ambiente quedó impregnado por un silencio denso. Damián, decepcionado por la actitud de su hijo, se encontraba atrapado entre el dolor por la traición de Andrés y el temor de que toda la familia estuviera al borde del colapso. Andrés, por su parte, se sintió completamente aislado, atrapado entre su propio resentimiento y la amarga realidad de que podría haber causado un daño irreparable. Y, mientras tanto, el fantasma de la muerte de Jesús, las rivalidades por Begoña, y la siempre presente sombra de los celos seguían marcando las decisiones de todos.
Al final, la gran pregunta seguía flotando en el aire: ¿habrá sido Gabriel el verdadero culpable de los sabotajes, o habrá sido Andrés quien, cegado por sus celos, acusó injustamente a su primo? ¿Cuál es el precio de los rencores no resueltos y las heridas del pasado en una familia destrozada?
¿Qué piensas tú? ¿Es Gabriel realmente culpable o Andrés está luchando contra fantasmas del pasado que lo han cegado?