El sonido de los pasos de Andrés retumbaba por las escaleras, cada uno más rápido y desesperado que el anterior. Con los hombros tensos y la mirada perdida en un mar de ira contenida, su rostro reflejaba un dolor profundo. Cuando encontró a Begoña, sola en el salón, su presencia fue suficiente para romper el silencio.
Sin un saludo, sin palabras de cortesía, Andrés descargó su rabia. “Ya lo sabe Julia. Ya sabe lo tuyo con Gabriel. No has perdido tiempo en hacerlo oficial, ¿verdad?” La furia de su voz se cortaba como un cuchillo. Begoña alzó la mirada, sorprendida por la dureza de sus palabras. Pero con serenidad, y algo de tristeza en sus ojos, respondió: “No he sido yo. Fue María quien se lo dijo. Y sabes perfectamente que nunca te mentí, Andrés. Desde el principio te lo dejé claro.”
Pero Andrés no escuchaba. La ira se apoderó de él y su voz se alzó aún más. “Ese hombre es un cáncer, Begoña. Está envenenando a esta familia por dentro.” Las palabras golpearon el aire pesado, pero Begoña, aunque herida, no cedió. Se puso de pie con una firmeza que reflejaba su resistencia ante el ataque verbal. “No tienes derecho a hablar así, ni de él ni de mí. No te lo permito.”
La situación se volvía insostenible, pero Andrés no podía parar. “Te está manipulando como ha manipulado a todos. Y tú no te das cuenta porque estás cegada,” continuó. Sin embargo, Begoña ya no podía más. “¿Y tú qué estás haciendo ahora?” replicó, el dolor mezclado con frustración.
“Tus celos te han cegado, Andrés. No puedes ver nada más allá de tu rabia.”
En ese preciso momento, Gabriel entró en la habitación. Saludó educadamente, pero la tensión era palpable, flotaba en el aire como una niebla densa. Nadie respondió a su saludo. Begoña evitó su mirada, mientras Andrés lo miraba con un desprecio que ardía.
“Creo que deberíamos hablar a solas,” sugirió Gabriel, tratando de calmar la tempestad que se desataba. Pero Andrés no lo iba a permitir. “No tengo nada que hablar contigo,” respondió sin vacilar. “Solo quiero que te alejes de Begoña, de Julia, de esta familia. No me trago tu fachada. Sé que estás aquí para destruirnos. Incluso te acercaste a Cristina para robar la fórmula del perfume Olhaar.”
Gabriel, inmóvil, lo miró con una calma fría, aunque sus ojos brillaban con una intensidad contenida. “Eso es una acusación grave,” dijo con voz controlada.
Andrés, sin contenerse, desafió: “¿Tienes pruebas de que no lo hiciste?”
Gabriel, sin perder la compostura, respondió: “¿Y tú tienes pruebas de que sí?”
La tensión se palpaba en cada palabra. “No voy a permitir que sigas manchando mi nombre sin ningún fundamento,” dijo Gabriel, su tono sin alterarse. Un paso hacia adelante de Andrés fue suficiente para que Begoña se interpusiera entre ellos, con la desesperación reflejada en su rostro.
“Ya basta, Andrés, por favor, para,” pidió con la voz rota.
Con un suspiro contenido, Gabriel se dio la vuelta, dejando atrás la conversación sin resolver. “No tengo nada más que decir, pero no voy a tolerar que sigas difundiendo mentiras,” dijo antes de marcharse.
El silencio que quedó detrás de él fue denso, cargado de dolor y confusión. Begoña, visiblemente afectada, observaba a Andrés, quien permaneció inmóvil, respirando con dificultad. Era como si el aire se hubiera vuelto irrespirable, como si todo lo que quedaba de esa familia se estuviera desmoronando.
La confianza, que ya había sido puesta a prueba, ahora pendía de un hilo tan delgado que cualquier movimiento podía romperlo por completo. Begoña, atrapada entre dos mundos, sentía que estaba al borde de la ruptura. ¿Cómo podría seguir creyendo cuando todo parecía estar en ruinas? ¿Será capaz de encontrar una salida, o será este el fin de todo lo que una vez consideró su familia?
¿Tú qué piensas? ¿Cómo crees que Begoña debería enfrentar esta traición?