“Hay algo en las miradas que pueden decir más que cualquier palabra. Y Gabriel sabía exactamente lo que quería comunicar con la suya.”
Gabriel entra al salón con su paso firme y su mirada que parece tener siempre un plan detrás. El contraste con María, sentada con una manta sobre las piernas mientras lucha por levantar una de ellas, no podría ser más evidente. El cansancio en su rostro no es solo físico, sino también emocional. Aunque se esfuerza por sonreír, esa sonrisa no puede ocultar la pesadez de su situación.
Cuando le pide a Gabriel ayuda con los ejercicios, él se acerca sin hacer ruido, como si supiera que este simple gesto de apoyo podría significar mucho más para ella. Sin embargo, antes de continuar, María se detiene y le lanza una propuesta que no hace más que complicar las cosas: “No deberíamos seguir haciendo esto aquí. Es demasiado arriesgado. Nos pueden ver.”
En ese instante, Gabriel levanta la vista, sus ojos fríos y calculadores. Un silencio se extiende por el aire mientras evalúa las posibilidades. Y entonces, con una media sonrisa, le lanza una sugerencia que parece tan calculada como todo lo que hace: “Podríamos decir que vamos al banco. Nadie sospecharía.” La idea es simple, pero su tono deja claro que hay mucho más en juego.
María, sorprendida, le recuerda la explosiva reacción de Andrés si llegara a enterarse. Gabriel, imperturbable, responde con frialdad: “Mejor si se altera. Muestra su verdadera cara.” Es evidente que para él, las emociones de Andrés son un mero juego de piezas en un tablero de ajedrez mucho más grande. Pero para María, esta propuesta significa cruzar una línea peligrosa.
A pesar de sus dudas, María no puede evitar sentirse cautivada por la seguridad con la que Gabriel plantea todo. No es solo la promesa de ayudarla con los ejercicios, sino también con la herencia de Julia. Gabriel sabe cómo manejar las piezas, cómo jugar con las inseguridades de los demás y cómo llevarlas a su terreno.
María, consciente del riesgo, se detiene en un último detalle. ¿De verdad está dispuesto a ayudarla con el dinero de la herencia? Gabriel no titubea. “Claro que sí”, responde con un tono que destila confianza, casi como si fuera un hecho. Es una promesa que, en el fondo, resuena como algo mucho más grande de lo que aparenta.
Pero antes de que todo eso se resuelva, María quiere asegurarse de algo. Ella necesita demostrar que aún tiene fuerza, que está avanzando en su rehabilitación. A pesar de su agotamiento, se esfuerza por levantarse. Gabriel, siempre cerca, no puede evitar mirarla con una mezcla de admiración y cálculo, como si cada uno de sus movimientos fuera parte de una estrategia.
Cuando finalmente se pone de pie, agotada pero feliz, su cuerpo refleja una fortaleza renovada. Pero Gabriel, como siempre, mantiene su expresión enigmática. Tal vez es admiración, tal vez es sólo evaluación. Nadie puede estar seguro.
La atmósfera en la habitación se carga de tensiones no expresadas. Los silencios entre ellos dicen más que cualquier conversación. María, en su vulnerabilidad, parece depender de Gabriel no solo físicamente, sino también emocionalmente. Y esa dependencia, aunque velada por una fachada de afecto, es peligrosa. Es una relación que se mueve entre el apoyo genuino y la manipulación calculada.
Gabriel, por su parte, sabe que lo que está haciendo provocará una reacción, especialmente de Andrés. El riesgo está calculado, y la posibilidad de que todo explote en sus caras no parece asustarlo. De hecho, parece ser lo que busca. Al final, todo se reduce a un juego en el que los afectos y los intereses se entrelazan, y la verdad es que ninguno de los dos está tan desinteresado como parece.
¿Qué opinas de la relación entre Gabriel y María? ¿Es esta una alianza peligrosa o simplemente un juego de poder disfrazado de apoyo?