Luis entró en el despacho con el ceño fruncido, cargando la tensión de alguien que no sabe si va a tener una conversación o un conflicto. “Agradezco que pienses en los perfumistas, de verdad”, comenzó, “pero no sé si eso es viable, papá. Creo que los estatutos no lo permiten.”
Pedro lo escuchó sin interrumpir, su cuerpo aún agotado por noches de insomnio, pero su mirada llena de fuego. “Mira, hijo —dijo con una calma inesperada—, lo que quiero es transformar Perfumerías de la Reina. Quiero que esta empresa sea un ejemplo. Que valore de verdad a los artistas. A partir de ahora, todos los beneficios que genere la empresa se van a repartir también entre quienes hacen posible el producto: los perfumistas.”
Luis parpadeó. No era lo que esperaba. Y mucho menos de su padre, un hombre que siempre había gobernado con firmeza y jerarquía. “¿Y tú puedes tomar esa decisión así, sin más?”, preguntó, aún sin entender del todo.
Pedro asintió. No con arrogancia, sino con convicción. “Claro que no lo haré solo. Hablaré con los accionistas, tú incluido. Sé que hay que revisar cláusulas, ajustar estatutos. Pero creo que es el momento. Es una forma justa de reconocer el trabajo de quienes realmente construyen esta empresa desde dentro.”
Por un momento, Luis se quedó en silencio. Algo en la voz de su padre lo conmovió. No era una estrategia empresarial. Era un acto de justicia. Poco a poco, su expresión se suavizó. “No lo había visto así. Me parece bien. Pero tendremos que discutirlo más a fondo.”
Pedro sonrió, con una mezcla de alivio y gratitud. “Por supuesto. Lo importante es que ya nos entendemos. Lo de antes fue solo un choque de ideas.” Puso una mano en el hombro de su hijo. “Confía en mí. Vamos a modernizar esta empresa de una vez por todas.”
Pero mientras hablaba de reformas, de equidad, de futuro… Pedro seguía escondiendo algo mucho más íntimo: su deterioro físico. Las manos le temblaban. El rostro le pesaba. El cuerpo le gritaba que algo no iba bien. Pero su corazón se negaba a ceder. No ahora. No cuando, por fin, tenía en sus manos una causa que lo trascendía.
¿Puede un hombre cambiar el rumbo de su legado… mientras su propio cuerpo se apaga en silencio?