“Yo no soy como esas chicas con las que flirteas” – Esas palabras de Begoña fueron, quizás, justo lo que Gabriel necesitaba escuchar en ese momento. Una noche tranquila en la cocina, donde Begoña preparaba una infusión para descansar. Gabriel entra en silencio, la sorprende, y la conversación comienza con una ligera incomodidad. La tensión en el aire es palpable mientras hablan sobre el insomnio que ambos padecen. Gabriel, visiblemente nervioso, le confiesa que no puede dejar de pensar en el juicio que se avecina.
Begoña, con su calma característica, intenta tranquilizarlo, recordándole que forman un gran equipo. Le habla con firmeza y calidez, dándole la confianza de que todo lo que han hecho juntos es más que suficiente para enfrentar lo que está por venir. Gabriel, en un intento por reducir la tensión, le agradece sinceramente, no solo por su ayuda profesional, sino por el apoyo emocional que le ha brindado, enfrentándose incluso a Don Pedro por confiar en él. Aunque Gabriel sigue con dudas sobre si Don Pedro realmente confía en ellos, Begoña lo anima a seguir adelante.
Gabriel, en un intento por restarle gravedad a la situación, hace una broma sobre que pronto Don Pedro lo buscará. Cuando Begoña le pregunta si teme represalias, él responde que no cree que su familia lo permita. Se esfuerza por mostrar valor, pero Begoña capta la fragilidad detrás de su actitud.
En ese momento, algo cambia en la atmósfera. Gabriel, sonriendo, recuerda el primer día que se conocieron. Habla de lo torpe que fue al confundirla con Marta, y de cómo cometió varios errores en su primer encuentro. Le cuenta que seguramente ella pensó que era un tonto. Begoña, entre risas, le responde que quizás un poco, pero que en realidad le causó una excelente impresión. Gabriel le responde que ella fue la misma impresión que él tuvo de ella, una de admiración y respeto mutuo.
De repente, en un impulso, Gabriel se acerca a ella y la besa. Sin embargo, el hechizo se rompe al instante. Begoña, sorprendida, lo aparta y le pregunta qué está haciendo. Gabriel, avergonzado, se disculpa, diciendo que pensó que ella también lo quería. Begoña, con firmeza pero sin crueldad, le explica que no estaba coqueteando, solo siendo amable. Gabriel, sintiéndose mal, se disculpa nuevamente, asegurándole que no quería malinterpretarla.
Begoña, con una seriedad tranquila, le dice que no es como las otras mujeres con las que él suele flirtear. Gabriel, con emoción, insiste en que no flirtea con nadie. Entonces, con gran sinceridad, le confiesa que no la ve como a ninguna otra mujer. Le dice que es la persona más inteligente que ha conocido, y le describe todo lo que le gusta de ella: su forma de hablar, sus gestos con las manos como si tocara un piano, la curiosidad con la que observa el mundo, y cómo lo mira a él.
Begoña, abrumada por sus sentimientos, pero consciente de los límites que debe mantener, lo detiene suavemente. Le dice que es mejor que se vaya a dormir. Gabriel, con dulzura, la llama de nuevo, pero ella repite con firmeza: “Por favor”, y se va dejándolo solo en la cocina, en una escena cargada de emociones contenidas, admiración, confusión y deseos reprimidos, pero también de un respeto profundo por los límites personales.
¿Crees que Gabriel y Begoña podrán seguir adelante con su relación, o esta situación marcará un antes y un después para ellos?