“¿Por qué te casaste con Marta… y no conmigo, Pelayo?” — El pasado vuelve con una sola pregunta capaz de derrumbarlo todo.
La vida de Pelayo parecía estable. Una boda estratégica, una imagen intachable, una esposa dulce como Marta. Pero el equilibrio que con tanto esfuerzo había construido comienza a desmoronarse con una sola visita. Un fantasma de su pasado. Un nombre que todavía le aprieta el pecho: Darío.
Era una tarde como cualquier otra, hasta que la voz que pensó no volver a escuchar lo sacó del silencio:
—“¿No vas a saludarme, Pelayo?”
Ahí estaba él. Irónico. Tranquilo. Hermoso, como siempre. Y sin embargo, era una presencia que Pelayo no había previsto… ni deseado.
El saludo fue torpe, tenso. Un apretón de manos que decía más que mil abrazos: distancia, miedo, culpa. Darío venía con una excusa sencilla: “Pasaba camino a Madrid”, pero su verdadera razón era mucho más personal. Lo sabía todo. La boda, la familia poderosa, la foto en el periódico. Y no venía a felicitarlo.
Darío hablaba con ironía, pero debajo de sus palabras había fuego.
—“Nunca imaginé que acabarías casándote.”
—“¿Qué quieres decir?”, preguntó Pelayo, ya sin aire.
—“Que pensé que si algún día te casabas… sería conmigo.”
Las palabras fueron una daga que se clavó en el pecho de Pelayo. No tenía tiempo para reaccionar: Marta entró en la habitación. Sonriente. Inocente. Amable. Totalmente ajena al huracán emocional que se desataba en silencio.
Pelayo se apresuró a presentarla:
—“Darío, un viejo amigo de la universidad.”
Un disfraz. Una mentira educada.
Darío, encantador como siempre, le besó la mano a Marta. Pero no dejó de mirar a Pelayo. No necesitaba decir nada más. Todo estaba en su mirada.
Pelayo, nervioso, sobreactuó. Tomó la mano de su esposa. La besó con una ternura forzada. Le preguntó por su día, como si intentara convencer a todos —y a sí mismo— de que esa era su realidad. Su única realidad.
Pero Darío no se tragó la farsa. Su silencio era una acusación constante. Cada gesto suyo era un espejo que le devolvía a Pelayo su verdadero rostro. El rostro del hombre que no se atrevió a amar con libertad.
Cuando Marta se ausentó por unos minutos, la máscara se rompió.
—“¿Por qué te casaste con Marta… y no conmigo?”, soltó Darío, mirándolo de frente.
Pelayo no respondió. Solo bajó la vista. La pregunta había resonado como un eco que llevaba años intentando silenciar.
Ese encuentro no era una simple visita del pasado. Era un terremoto emocional que podía destruirlo todo. Porque la verdad, aunque escondida bajo trajes elegantes y cenas familiares, siempre encuentra la manera de salir.
Y cuando lo hace, lo arrasa todo a su paso.
¿Podrá Pelayo seguir viviendo en la mentira? ¿O el pasado que tanto temía acabará desnudando su alma ante todos?