“No dijo nada. Pero lo sintió todo.”
El retrato de doña Cruz Izquierdo cuelga ahora en La Promesa como un espectro. No grita, no se mueve, pero paraliza. Y quien más lo siente, quien más lo sufre… es Petra Arcos.
El rostro de Cruz, inmortalizado por un pintor de la Corte, no es para Petra una simple imagen decorativa. Es la huella viva de un pasado lleno de órdenes ciegas, de silencios cómplices, de una devoción tan profunda como insana. Fue su señora, su norte, su sombra. La obedecía sin pestañear, incluso cuando las órdenes implicaban cicuta, cartas envenenadas, cuerpos ocultos… y asesinatos.
Y mientras muchos en palacio lo esquivan con recelo, Petra se queda inmóvil. Su respiración se corta. Su mirada se nubla. Porque ese retrato no le muestra el rostro de una mujer cualquiera: le devuelve el de la asesina de su hijo, Feliciano.
Muchos han olvidado, pero Petra no. Aquella cacería maldita, el disparo que debía acabar con Curro y terminó con Feliciano. Una bala manipulada por Lorenzo y Cruz, destinada a borrar secretos, acabó destruyendo lo único puro que Petra tenía en su vida. Su hijo, su todo. Y lo peor: lo supo desde el primer segundo. Pero no habló. No podía. Porque su silencio siempre fue parte de la obediencia.
Petra no solo cubrió con sábanas el cuerpo de Tomás aquella noche sangrienta del abrecartas, cuando Cruz lo apuñaló tras una discusión en su alcoba. También fue ella quien, en silencio, trasladó el cuerpo al invernadero. No preguntó. No dudó. No lloró. Solo obedeció. Porque así fue entrenada. Porque así sobrevivía.
Y ese silencio es su cárcel.
Ahora Cruz está muerta, pero no para Petra. La voz de la marquesa todavía vive en su nuca, en su forma de caminar, en cada respuesta medida. Y ese retrato que cuelga impasible la vuelve a juzgar. Le recuerda cada noche, cada crimen, cada lealtad que la arrastró a una oscuridad de la que nunca ha podido salir.
Petra ha sido cómplice de todo. Y aunque la rabia la carcome, no ha podido hablar. No aún. Porque hablar significaría reconocer no solo que fue víctima… sino también verdugo.
El asesinato del señorito Tomás sigue sin resolverse. La verdad duerme en el pecho de Petra. ¿Algún día se atreverá a contar lo que ocurrió esa noche en la alcoba? ¿O morirá con esa verdad, como tantas otras que ya ha enterrado?
¿Qué crees tú? ¿Petra hablará… o se llevará ese secreto hasta la tumba?