“Cada favor que aceptas de un hombre como Don Pedro… te cuesta un pedazo del alma.”
El episodio del 10 de julio de Sueños de Libertad marca un antes y un después. El tablero de poder se reconfigura y las emociones —como la lealtad, la ambición y el deseo— se entrelazan en una telaraña peligrosa.
Pelayo, cegado por su sueño de convertirse en gobernador civil, da el paso que cambiará su destino: acepta una alianza con don Pedro. No es una simple colaboración, es un pacto que exige más de lo que parece. Don Pedro no regala nada, y Pelayo lo sabe. Pero aún así, decide apostar, arriesgarse, vender una parte de sí con tal de escalar políticamente. La pregunta ahora no es si lo logrará, sino qué perderá a cambio.
Mientras tanto, Andrés se muestra inflexible tras el incidente con el padre de Begoña. Cree que no hay justificación posible para la violencia, sin importar la desesperación. Pero su rigidez hiere profundamente a Begoña, quien esperaba una chispa de comprensión. Esa frialdad es el golpe final a la imagen que tenía de él.
Y justo ahí, en esa grieta emocional, aparece Gabriel. Cálido, empático, dispuesto a entender lo que otros juzgan. Le propone a Begoña una salida, una forma de evitar la denuncia. Un gesto aparentemente pequeño, pero que siembra una conexión profunda. Por primera vez, Begoña siente que alguien la mira sin reproche.
Andrés, al ver cómo su primo se gana el corazón de la mujer que aún lo conmueve, no puede disimular la rabia y los celos. Hay heridas no cerradas entre ellos que esta situación vuelve a abrir.
En paralelo, Marta le confiesa a Pelayo su deseo de ser madre. Para ella es un rayo de ilusión. Para él, una mezcla de alegría… y culpa. Porque guarda un secreto que, si saliera a la luz, podría derrumbar ese futuro que apenas empiezan a construir.
Las tensiones crecen en la fábrica con el 25º aniversario de Lavanda de la Reina. Lejos de ser una celebración, se transforma en una guerra fría entre los Merino, los de la Reina y don Pedro, donde todos buscan aliados en la sombra.
En este caos, María toma una decisión arriesgada: se pone del lado del empresario. Es un gesto de valentía o desesperación, pero uno que podría cambiar el destino de muchos. Su elección pone nervioso a Damián, que incluso contempla lo impensable: inhabilitarla.
Y ahí aparece nuevamente Gabriel, apoyándolo. Pero sabemos que su apoyo es táctico, no genuino. Gabriel ha comenzado a mover sus fichas, y su ambición tiene nombre y blanco: el poder que dejaría María.
En otra línea emocional, Cristina se abre con Irene y le confiesa su verdad más dolorosa: ya no ama a Beltrán. Lo que alguna vez fue certeza ahora se diluye frente a una atracción creciente por Gabriel. Irene queda en shock, sabiendo que esta confesión podría hacer saltar por los aires lo poco que queda en pie.
Raúl, por su parte, recibe la noticia de que trabajará como mecánico en la fábrica. Pero la alegría viene acompañada de sospechas. ¿Quién movió los hilos para que esto ocurriera? ¿Fue un favor o un control disfrazado?
Digna, con una dulzura que desarma, le recuerda a Luis que Luz necesita tiempo. Le dice que si su amor es verdadero, deberá aprender a esperar sin exigir. Porque el amor real sabe tener paciencia… incluso cuando duele.
Y mientras todo esto sucede, Damián observa con creciente angustia la cercanía entre Cristina y Gabriel. Por primera vez, explota en una discusión con su sobrino. Las máscaras caen. Las heridas se exponen. La relación entre ellos se rompe aún más.
Gabriel, entre tanto, continúa su acercamiento a Begoña. Ella empieza a verlo con otros ojos. Lo que antes era desconfianza se transforma en una atracción difusa, peligrosa, inevitable.
Andrés, roto, parece rendirse. Acepta que su historia con María tal vez ha terminado, pero no porque no la ame… sino porque ya no tiene fuerzas para luchar.
Y al final, en silencio, María siente algo nuevo en su cuerpo: un avance. Una señal de mejora. Pero no dice nada. Prefiere guardarlo como su último refugio, como su única esperanza intacta en un mundo que se desmorona.