“No puedo simplemente ignorar lo que siento por ella.”
La noche es un refugio para los secretos, pero también para las verdades que se escapan sin permiso. Y en Sueños de Libertad, el capítulo 348 deja al descubierto un triángulo emocional donde el amor, la culpa y la resignación se cruzan en un punto sin retorno.
Todo comienza con un susurro entre sueños. María, aún postrada, despierta a Andrés con una pregunta que no parece tan inocente: “¿Por qué pedías perdón en tus sueños? ¿A quién se lo pedías?” La voz de ella, aunque baja, retumba como un trueno en la habitación. Andrés no recuerda con claridad lo que soñaba, pero una imagen persiste: Begoña, herida, incomprendida… y él, incapaz de estar a su altura en aquel momento crítico.
Ese recuerdo inconsciente se convierte en la chispa de una confrontación inevitable. María, exhausta emocionalmente, ya no puede más. “No entiendo cómo puedo aguantar todo esto. Escucharte hablar de Begoña en sueños y yo no poder moverme de esta habitación.” La vulnerabilidad de María se convierte en un grito silencioso: se siente invisible, usada, traicionada. El amor que alguna vez creyó recíproco se ha transformado en un peso que la hunde.
Andrés, atrapado entre su sentido del deber y lo que su corazón le exige, intenta explicarse. Le habla con sinceridad, con ese tono que mezcla ternura y confusión: “No te he mentido, María. Estoy aquí. Estoy contigo. Pero no puedo fingir que no siento nada por Begoña.” Para él, la lealtad no es incompatible con la verdad emocional. Pero para María, esas palabras no bastan. No son lo que necesita, ni lo que soñó.
“No me vale, Andrés. Esto no me vale.”
Con esta frase, corta como una daga, María le devuelve la realidad con toda su crudeza. El compromiso de Andrés con ella no nace del amor, sino del deber. Y ella lo sabe. Lo siente cada vez que él desvía la mirada, cada vez que el silencio lo traiciona. Lo único que Andrés le ofrece es tiempo. “Dame tiempo, por favor.” Pero el tiempo, para María, no es bálsamo… es sentencia.
Esta conversación no solo desnuda a María, sino que muestra a un Andrés fragmentado. Su promesa de cuidar a su esposa convive con un deseo que no ha muerto. Quiere dejar atrás a Begoña, pero no sabe cómo enterrar un amor que lo definió. María lo percibe. Y ese conocimiento es más amargo que cualquier traición física.
En esta escena, Sueños de Libertad nos muestra que el verdadero drama no siempre está en los gestos extremos, sino en las miradas esquivas, en las palabras que intentan consolar pero sangran, en los sueños que delatan lo que no nos atrevemos a decir despiertos.
María, pese a su fragilidad física, demuestra una fortaleza emocional que conmueve. No quiere migajas. No acepta una media verdad. Y aunque el amor la atraviesa como una herida abierta, su dignidad la mantiene firme.
Andrés, por su parte, queda expuesto. No como un villano, sino como un hombre dividido, incapaz de romper sus cadenas sin dañar a alguien. Es víctima de sus propias decisiones, pero también de sus silencios, de esa forma pasiva de amar que destruye sin querer.
El capítulo 348 es un punto de quiebre. Ya no se trata solo de lo que sienten los personajes, sino de lo que están dispuestos a hacer con ese sentimiento. ¿Puede nacer algo honesto de una relación basada en el sacrificio? ¿O el amor que se impone termina por morir?
¿María encontrará el coraje para liberarse de un amor que nunca fue completamente suyo? ¿O seguirá aferrada a una promesa vacía, esperando que el tiempo haga lo que Andrés no puede?