“¿Te vas de viaje?” — “Sí… de luna de miel.”
La noticia cayó como un rayo de sol entre nubes grises. En la aparente rutina de una mañana cualquiera, Marta sorprendió a todos con una frase sencilla pero cargada de emoción: se va de luna de miel con Pelayo.
La escena se desarrolla en la tienda, donde Fina y Gema trabajan con la precisión de quien conoce cada detalle. Están preparando un pedido para la señora Berna, repasando uno a uno los artículos —cremas, talco, jabones, perfume— con el mismo cuidado con el que una madre prepara el ajuar de su hijo. Gema, siempre con su toque de humor, se queja entre sonrisas de que todo es para el bebé, y nada para la madre. Fina responde con complicidad, bromeando sobre las dificultades del embarazo, las náuseas, los intestinos que parecen cambiar de lugar. Ser mujer, coinciden ambas, nunca fue tarea fácil.
Pero tras el tono alegre, se esconden otras realidades. Fina pregunta por Teo, el hijo de Gema, y su respuesta es una mezcla de esperanza y agotamiento. Sí, hay días buenos. Hoy mismo Teo fue tranquilo, dejó que su madre lo acompañara al colegio. Pero las dudas siguen. El miedo también. Ser madre no tiene descanso, y cada pequeño gesto de normalidad se celebra como una victoria silenciosa.
Y justo entonces, como una ráfaga de viento fresco, entra Marta. Su energía desborda el ambiente. Solo viene por una colonia —agua de Aranjuez—, dice, algo más liviano que su perfume habitual. Pero ese pequeño detalle levanta sospechas en Fina, que no tarda en preguntar: “¿Te vas de viaje?”
La respuesta, aunque sencilla, es un terremoto emocional: “Sí, con Pelayo. A Londres. Nuestra luna de miel.”
Fina queda boquiabierta. Gema se ilumina de emoción. Londres, ese destino de películas reales, se convierte ahora en el escenario del amor de Marta y Pelayo. Y aunque Marta lo dice con modestia —“apenas unos días”, “una escapadita”—, en sus ojos brilla una felicidad que es imposible ocultar.
Lo que hace más poderosa la escena es su contexto: Marta, que ha luchado tanto por su relación, por su maternidad, por su lugar en el mundo, ahora se permite este respiro. Un viaje para amar. Para ser amada. Para recordar que, incluso en medio del caos, ella también merece un capítulo feliz.
La conversación se transforma en un pequeño oasis de sororidad. Marta les recomienda ver Royal Weddings, una película que adora por sus vestidos, su música, su historia de amor. Fina y Gema prometen hacerlo. Porque no se trata solo de entretenimiento. Es una forma de compartir ilusiones. De sentir, por unos minutos, que todo es posible.
Antes de irse, Marta repara en un paquete sobre el mostrador. Con su toque siempre curioso, pregunta qué es. Fina le explica que es un pedido pendiente y Gema corre a llamar al repartidor. La normalidad se restablece. Pero ya nada es igual.
Marta sale de la tienda con una colonia en la mano y un brillo nuevo en la mirada. Fina la sigue con la vista, tal vez preguntándose cuánto amor cabe en una maleta. Gema sonríe. Y en el aire queda flotando una sensación: cuando las mujeres se dan permiso de ser felices, el mundo entero cambia un poco.
Porque este episodio no trata solo de viajes o perfumes. Trata de lo invisible: del cansancio acumulado, de los miedos que se callan, de los gestos que curan, de las noticias que alegran. Y sobre todo, trata de esa chispa valiente que hace que, incluso en medio del trabajo y las dudas, alguien diga con total certeza: “Me voy de luna de miel.”