El episodio 328 de Sueños de Libertad se convierte en un campo de batalla emocional cuando Pedro y Damián se enfrentan en un duelo verbal tan explosivo como revelador. Dos hombres marcados por el pasado, por las heridas no cerradas y por secretos que claman salir a la luz, protagonizan una escena que eleva la tensión a niveles insospechados. Lo que comienza como una simple discusión acaba convirtiéndose en una acusación directa: Pedro culpa a Damián de la muerte de Jesús… y lo hace sin temblarle la voz.

Pedro irrumpe en la casa de Damián con una mezcla de ira y decepción. No está dispuesto a seguir callando. Está harto de las evasivas de su rival, de su silencio y de su constante ausencia en la fábrica. Lo acusa frontalmente de esconderse, de evitarlo a propósito porque sabe que su conciencia no está limpia. “Eres un cobarde”, le espeta. Pero eso es solo el principio.

Las palabras de Pedro son cuchillos afilados: lo acusa de manipular a Gorriz, de ensuciar el nombre de otros para salvar el suyo, y de vivir ocultando una verdad que tarde o temprano saldrá a la luz. Damián intenta mantener la compostura, pero sus respuestas no hacen más que avivar el fuego. Le reprocha a Pedro que lo difame constantemente y que monte un espectáculo digno de vergüenza ajena. Asegura que nadie le cree, pero en el fondo… algo en su mirada lo delata.

El ambiente se corta con cuchillo cuando Pedro menciona lo innombrable: la muerte de Jesús. El tema que todos han intentado evitar aparece como un fantasma, trayendo consigo el peso del dolor, de la sospecha y del miedo. Pedro insinúa lo que muchos ya temen: que Jesús descubrió los verdaderos planes de Damián para hacerse con el control de la empresa… y que por eso, desapareció. Y aunque no lo dice con todas las letras, el mensaje es claro: Damián tiene las manos manchadas.

Damián, acorralado, intenta retomar el control. Le recuerda a Pedro que está casado con Digna y que debería dejar de entrometerse. Pero Pedro no retrocede. Al contrario, le lanza otro golpe directo al corazón: “Digna sigue siendo mi familia. Siempre lo será. Y no voy a dejar de protegerla, ni a ella ni a mis sobrinos.” Las palabras resuenan como un juramento. No hay vuelta atrás.

Y no es el único que piensa así. Joaquín y Luis también están convencidos de que Damián solo ha traído sufrimiento. Que si realmente amara a Digna, la dejaría libre. Que el amor no puede construirse sobre las ruinas de una mentira. Pedro no está solo… y eso, Damián lo sabe.

La confrontación se vuelve aún más feroz cuando Pedro decide cruzar una línea personal. Le lanza una frase demoledora: “Tú no sabes lo que es una familia.” Y como si no fuera suficiente, menciona a la hermana de Damián, dejando caer la bomba de que ni siquiera ella lo conoce realmente. Es el punto de quiebre. Damián, fuera de sí, le exige que no la nombre. Pero Pedro no se detiene. Tiene un objetivo claro: sacarlo de su zona de confort y enfrentarlo con sus propios fantasmas.

“El verdadero problema no lo tienes conmigo, Damián. Lo tienes con tu pasado. Y te lo digo por experiencia: el pasado siempre vuelve.”

La frase queda suspendida en el aire como una amenaza profética. Y es entonces cuando Damián, herido en su orgullo, toma la decisión de echarlo. Lo llama venenoso, tóxico, destructor. Pero Pedro no se va sin dejar una última marca: “Me das pena. Eres patético porque no sabes aceptar que has perdido. Y te advierto: no me busques… porque si lo haces, me vas a encontrar.”

Una escena desgarradora. Dos hombres enfrentados no solo por una mujer, sino por una historia que arrastran como una maldición. Pedro representa la voz de la justicia, de los que se atreven a decir lo que nadie quiere oír. Damián, en cambio, carga con el peso de un pasado oscuro y cada vez más difícil de esconder. Y entre ambos, la figura de Jesús, un ausente que todavía grita desde la tumba.

Mientras tanto, en otro rincón de la historia, Marta y Fina comienzan a captar la tensión que flota en el ambiente. Aunque no estuvieron presentes en la discusión, los ecos del enfrentamiento llegan hasta ellas. Fina, siempre observadora, nota cómo Damián está más irritable que nunca, y Marta empieza a preguntarse si hay algo más que simples celos entre los hombres de la familia.

Este episodio, cargado de intensidad emocional, no solo reabre viejas heridas, sino que siembra las semillas de una guerra que promete no dejar a nadie indemne. Las alianzas se redefinen, las lealtades se ponen a prueba y las máscaras empiezan a caer. Lo que parecía enterrado, vuelve con más fuerza que nunca.

¿Logrará Pedro sacar a la luz toda la verdad sobre Jesús? ¿Caerá finalmente Damián bajo el peso de su pasado? ¿Y qué papel jugarán Digna, Marta y los demás cuando la verdad se imponga a la mentira?

Una cosa está clara: Sueños de Libertad no da tregua, y este episodio es prueba de que las emociones más intensas están aún por venir. Porque cuando el odio y el amor se entrelazan, solo la verdad puede romper el círculo. Y esa verdad… está cada vez más cerca.