“No me levantes la voz… que no te lo consiento.” La frase de Fina corta el aire como un cuchillo. En el corazón de la perfumería, lo que debía ser un acuerdo basado en el amor y la confianza se convierte en una explosión de reproches, dolor y traición.
Pelayo irrumpe en la tienda buscando respuestas. No viene a comprar. Viene a enfrentarse. A exigir. A entender por qué, de la noche a la mañana, Marta ha roto su palabra. Por qué el viaje a Londres para iniciar el tratamiento ha quedado en nada. Y hay una sola persona a la que él culpa: Fina.
Ella lo recibe con cortesía, pero en cuanto comprende que no viene por Marta, sino por ella, su gesto se tensa. Pelayo no tarda en arrojarle la verdad: Marta ha cancelado todo. El embarazo, el tratamiento, el plan de familia. Fina, firme pero sin perder la calma, le recuerda que es el cuerpo de Marta, su vida, su elección.
Pelayo no escucha. Él está herido. Desconcertado. Enfurecido. Acusa a Fina de haber manipulado a Marta, de haberle llenado la cabeza de dudas. Fina, dolida, niega categóricamente haber influido. Admite que también tenía sus reservas, que la maternidad compartida era un terreno nuevo, incierto. Pero asegura que Marta tomó la decisión sola, con libertad y conciencia.
Entonces, el intercambio se vuelve personal. Pelayo, con voz cargada de resentimiento, le espeta que para él, ese hijo era mucho más que un proyecto. Era su forma de salvarse, de construir algo que lo legitimara, que lo enraizara en una familia verdadera. Y ahora, lo siente todo perdido.
Fina, por su parte, se defiende con una sinceridad demoledora. Le pregunta a Pelayo: ¿Cuál habría sido mi papel? ¿La niñera? ¿La amiga que visita de vez en cuando? En su voz no hay burla, sino dolor. Porque sabe que en ese sueño que compartían, su lugar nunca estuvo claro. Marta sería la madre. Pelayo el padre. ¿Y ella? Nadie. Una figura secundaria en una historia que también la atravesaba.
Pelayo, sintiéndose desplazado, estalla. Lo acusa de nuevo: “Marta siempre te pone a ti por delante de mí.” Fina no responde con furia. Solo reitera, por última vez: “Ella tomó la decisión sola.” Pero él ya no escucha. Se da la vuelta, lleno de rabia, convencido de que ambas lo han traicionado. Para él, el pacto de los tres ha muerto.
En ese momento, no hay ganadores. Solo tres corazones rotos por un sueño que se hizo pedazos. La familia que pudo ser… ya no será.