La escena es un suspiro suspendido en el aire, una mezcla perfecta de nostalgia, cariño y deseo. La casa vacía de cualquier ruido ajeno a sus movimientos, sólo el suave sonido de un tango de fondo que envuelve la atmósfera. Damián, con su mirada juguetona y encantadora, se acerca a Irene mientras la música resuena en sus oídos. Este no es un tango cualquiera; es una invitación, un gesto cargado de emociones que no necesitan ser explicadas con palabras. Solo con la suavidad de un paso, la calidez de una sonrisa, y la ternura en su mirada, Damián comienza a bailar hacia Irene, creando un vínculo inmediato entre ambos.
Irene, sorprendida, le pregunta con curiosidad si le gusta el tango, como si esta revelación fuera un pequeño secreto que no había sido descubierto hasta ese momento. Damián, con una melancolía en su voz, le revela que fue durante un viaje a Buenos Aires con Catarina, poco antes de su fallecimiento, que se enamoró de ese género musical. Los recuerdos de aquellas noches de tango en los salones, de las risas compartidas y el amor en cada compás, salen a la luz mientras él habla, como una conexión que sigue viva, aunque la persona con la que la compartió ya no esté a su lado.
Con una sonrisa triste, Damián le propone a Irene que baile con él. Irene, algo nerviosa y avergonzada, se niega. “No sé bailar”, le dice con una risa tímida, pero Damián no se rinde. Con una dulzura palpable, le ofrece su mano y le promete guiarla paso a paso. Es un acto simple, pero cargado de confianza, como si le ofreciera algo más que una simple danza.
La atmósfera se llena de una sensualidad discreta, una danza que no es solo física, sino emocional. Damián, con su típico toque juguetón, bromea sobre cómo en el tango manda “el lucro”, dejando a Irene desconcertada por la confusión de la frase. Pero ella se deja llevar, como si no pudiera evitarlo. La relación entre ellos, aunque recién iniciada, se torna más cercana, más íntima. Los pasos de tango, aunque torpes al principio, se hacen más seguros. Irene comienza a relajarse, disfrutando del roce de sus cuerpos, de la cercanía que no necesita ser dicha en palabras, pero se siente en cada movimiento.
Damián la elogia por su progreso, diciendo que no lo hace nada mal. Ella, con una sonrisa tímida, le responde con otro cumplido, y por un breve instante, todo se detiene. No hay más palabras, solo miradas que se dicen lo que las palabras no pueden. El tango ha dejado de ser un simple baile, y se convierte en un lenguaje entre ellos, un lenguaje que se entiende a través del contacto, de la proximidad, de la respiración compartida.
En un momento de belleza silenciosa, cuando los dos se encuentran frente a frente, sus miradas se enlazan, y el mundo parece desvanecerse a su alrededor. Se besan. Es un beso lleno de emoción, un beso que se construye lentamente, pero con una pasión que ha estado esperando ser liberada. Pero justo cuando el momento se vuelve más intenso, más profundo, una figura aparece en la puerta: Digna.
La magia se rompe al instante. La interrupción es abrupta, pero el hechizo no se desvanece por completo. La emoción entre Damián e Irene queda suspendida en el aire, como una promesa no cumplida, como una tensión que no ha sido resuelta. El tango ya no es solo un baile; es la representación de algo más grande, de lo que pudo haber sido, y de lo que, tal vez, aún pueda ser.
¿Qué pasará con ellos después de este encuentro tan íntimo y tan lleno de potencial? ¿Será el principio de algo más profundo, o quedará como un hermoso recuerdo atrapado en el tiempo?
¿Qué opinas tú de esta escena tan cargada de emociones?