“Pues yo soy una chica que no tenía aficiones…” Así empieza el desahogo más desgarrador de Fina, en medio del silencio lúgubre de su laboratorio fotográfico, rodeada de imágenes borrosas que se niegan a tomar forma. Ella, que alguna vez sintió una chispa al mirar por el visor de una cámara, ahora se encuentra al borde del colapso emocional.
La escena abre con Fina visiblemente exhausta, con los ojos hinchados del cansancio y la desilusión. Ha pasado toda la mañana intentando revelar las fotografías que tanto necesitaban, no solo como parte de su nuevo proyecto, sino como una fuente de ingresos urgente. Pero cada intento ha resultado en un fracaso. Las fotos están desenfocadas, mal expuestas, inservibles. Cada imagen fallida es un golpe directo a su autoestima.
Carmen y Claudia entran con cautela, temiendo interrumpir un momento delicado. Lo que encuentran es más que frustración técnica: encuentran a una Fina al borde del colapso, incapaz de contener su tristeza. Aunque Carmen intenta con dulzura comentar que algunas fotos no se ven tan mal, y Claudia incluso le encuentra belleza a una de ellas, Fina no se deja consolar. Está convencida de que ha fracasado.
Y lo más duro de todo es que ella lo intentó todo. Siguió al pie de la letra las instrucciones del famoso libro de Marta, con la esperanza de que la técnica reemplazara su falta de formación formal. Pero el resultado no le ha hecho justicia a ese esfuerzo, y ahora lo único que siente es una profunda decepción. La fotografía, que alguna vez le dio ilusión, ahora la confronta con su inseguridad más grande: la de no ser suficiente.
La presión económica solo agrava el sentimiento. Fina no solo siente que ha fracasado como artista, sino también como apoyo para sus amigas. Claudia intenta tranquilizarla asegurándole que podrán cubrirse con las donaciones, pero Fina apenas puede escuchar. En su mente, ya ha fracasado.
Cuando Carmen le recuerda que tiene un “buen ojo” y que solo necesita práctica, Fina lo descarta como un gesto de amistad. Y entonces menciona algo que duele aún más: la señora Almenar, una clienta que devolvió sus fotos, dándole una dolorosa validación externa de sus peores temores. Para Fina, ese rechazo representa la confirmación de que este mundo —el de la fotografía, el arte, la creatividad— no le pertenece.
La escena cierra con una Fina abatida, inmóvil ante las imágenes que cuelgan como fantasmas alrededor suyo. No hay gritos, no hay dramatismo sobreactuado. Solo una joven enfrentándose al temido espejo de sus propias inseguridades. No se trata solo de fotos mal hechas, sino de una identidad que se tambalea.
¿Es realmente un fracaso… o solo el doloroso primer paso en un camino creativo lleno de tropiezos? ¿Cuántas veces uno necesita caer antes de descubrir su verdadera voz?