“No fue amor. Fue soledad. Pero eso no me salva de las consecuencias…”
La casa de los De la Reina se convierte en un volcán a punto de estallar en el capítulo 351 de Sueños de Libertad. Una escena cargada de tensión y emociones contenidas marca el principio del fin para María.
Todo comienza con una visita aparentemente cortés de Damián. Entra en la habitación de María con un tono suave, preguntando cómo se encuentra. Pero desde el primer cruce de miradas, queda claro que no se trata de una visita cualquiera. La cortesía se rompe en segundos. María, desconfiada, lo confronta: “¿Has venido por mi voto?” Damián lo niega. Pero su silencio lo delata. En realidad, ha venido con una herida abierta… y con la intención de hacerla sangrar.
Lo que sigue es una conversación tan cruel como necesaria. Damián lanza acusaciones directas: “Lo usaste para conseguir la atención que no te da tu marido.” Se refiere, claro, a Raúl, el chófer que recientemente abandonó la casa. María, sorprendida, intenta defenderse. Pero Damián no la deja. Le reprocha haber manipulado emocionalmente a Raúl, como si fuera un juguete, un simple escape a su soledad. La llama manipuladora, destructiva, capaz de arrastrar a cualquiera en su espiral de necesidad.
Entonces, la pregunta que congela el aire:
“¿Tenías una relación con él? ¿Con Raúl?”
María, rota, con la voz quebrada, confiesa. Sí. Se sintió abandonada. Andrés no estaba con ella, estaba con Begoña. Y Damián mismo quiso echarla de la casa. En ese vacío… buscó refugio. No fue amor. Fue soledad. Fue humano. Pero no fue justo.
La confesión desata la furia de Damián. La acusa de hacer daño a todos, como ya lo hizo antes con Víctor. Y justo en ese momento, Andrés entra. La escena se congela. El silencio es insoportable. Damián no tarda en hablar: “Tu esposa tiene algo que decirte.” Y al ver que María no puede, lo hace él: la acusa, directamente, de usar a Raúl por despecho, por venganza.
Andrés, al principio, intenta calmar las aguas. Quiere creer. Quiere entender. Pero Damián le lanza otra puñalada: lo llama débil, sirviente, dominado por los caprichos de su mujer. Ya no reconoce al hombre firme que fue. Ya no lo respeta. Y entonces Andrés explota.
La tensión contenida durante meses se rompe. Le lanza a Damián una verdad guardada durante años: la carta que él escribió, fingiendo ser el padre de María, forzándolos a casarse. Un crimen emocional. Una manipulación que cambió sus vidas para siempre. Andrés le grita que se marche. Y Damián, furioso, sale dando un portazo que retumba en todo el caserón.
La habitación queda en silencio. Pero no por mucho tiempo. Andrés también se prepara para irse, herido, en shock. Es entonces cuando María, devastada, se rompe por completo. Llorando, le suplica que se quede. Le pide perdón. Le dice que no fue por amor, que todo terminó antes de que pasara a mayores. Que solo quería sentirse viva.
Pero Andrés no puede más. Está roto.
“No quiero escuchar más.”
Y con esas palabras, se va. Dejando a María completamente sola. En un silencio donde ya no queda espacio para excusas. Solo dolor. Solo vacío.