La tensión en la casa de los de la Reina crece silenciosa pero firme, como una tormenta contenida tras las paredes del poder. En el capítulo 335 de Sueños de libertad, una conversación aparentemente trivial entre Marta, Pelayo y Damián se transforma en una escena cargada de segundas intenciones, ambiciones políticas… y renuncias personales.
Todo comienza con la llegada de Marta y Pelayo a casa tras una supuesta “jornada de caza”. Damián los recibe con una sonrisa y cierta sorpresa, ya que pensaba que estarían en la fábrica. Pelayo, aún con botas llenas de barro por la tormenta de la noche anterior, comenta con un tono misterioso que, aunque breve, la jornada fue muy provechosa. Marta, con ironía, le pasa el protagonismo a su marido, señalando que ella fue relegada al círculo de mujeres mientras “los hombres se encargaban de lo importante”. Una frase que, sin saberlo, deja entrever la verdadera incomodidad que habita en su interior.
Pero la verdadera “presa” del día no fue un animal salvaje, sino una posición de poder. Pelayo anuncia, como si se tratara de algo casual, que Miguel Ángel Vaca –una figura clave en la política local– lo ha señalado públicamente como su sucesor para el cargo de gobernador civil. Damián, sorprendido, intenta disimular su entusiasmo, aunque rápidamente deja claro que una noticia así merece celebración. Sin embargo, Pelayo se muestra prudente: aún no hay nada asegurado. Todo dependerá del respaldo de la hija de Vaca, una pieza clave en la ecuación.
Ahí es donde la escena se quiebra en dos. Marta, hasta ese momento contenida, decide intervenir con calma pero firmeza. Sí, reconoce que ese fue el “acuerdo” implícito cuando se casaron: acompañar las ambiciones de Pelayo. Pero advierte que ese camino también la afecta profundamente a ella. Si Pelayo se convierte en gobernador, su rol como mujer pasaría a ser meramente decorativo, una “esposa modelo” que sonríe en eventos y conversa sobre cortinas y papel pintado, tal como le sucedió en la cacería. A Marta, esa idea la asfixia.
Pelayo intenta suavizar la conversación recordándole que todas las mujeres quedaron encantadas con ella, incluida la esposa de Vaca. Pero Marta, sin perder la compostura, le recuerda cuánto esfuerzo le costó aparentar encajar en ese molde. “Tengo un límite”, dice con serenidad pero con la fuerza de quien sabe exactamente qué está en juego: su identidad.
Damián, como siempre, trata de minimizar sus palabras, argumentando que no es un precio tan alto a pagar. Incluso le señala las ventajas de moverse en círculos de élite: poder, contactos, influencia. Pero Marta no se deja impresionar. Con una media sonrisa, le responde que quienes hablan con el poder no son ellas… sino sus esposas.
La conversación finaliza con cortesía, pero el mensaje es claro: Marta no está dispuesta a dejar de ser quien es por una ambición que no le pertenece del todo. Antes de marcharse a la fábrica, sube a cambiarse, dejando a los dos hombres con sus sueños de poder… y con una duda sembrada que podría crecer como una grieta en sus planes.
¿Será Marta un obstáculo para el ascenso político de Pelayo? ¿O será la única que se atreva a decir lo que todos callan? Una cosa es segura: en Sueños de libertad, nada es solo lo que parece… y los acuerdos del pasado están empezando a romperse.