En el episodio 328 de Sueños de libertad, una conversación aparentemente profesional entre Cristina y don Luis se convierte en una auténtica lección de vida, en la que la ilusión juvenil y la experiencia madura chocan… pero también se complementan de una manera inesperadamente conmovedora.
Todo comienza cuando Cristina, entusiasmada por aportar ideas frescas al equipo, se anima a proponer algo diferente. Con una mirada atenta a las tendencias actuales, comenta que la nueva colección del diseñador Kobeaga tiene como protagonista al color verde. En un intento por conectar el universo de la moda con el mundo del perfume, sugiere añadir un colorante verde a la fragancia que están desarrollando. Su objetivo es claro: llamar la atención de Kobeaga y aumentar así las posibilidades de que el diseñador los elija para lanzar su próxima esencia.
Don Luis, con su mirada clásica y su respeto por las tradiciones de la perfumería, no oculta cierta duda ante la propuesta. El uso de colorantes le parece un añadido superficial que podría desviar el enfoque de lo realmente importante: la fórmula, la calidad aromática, el alma del perfume. Sin embargo, lejos de rechazar la idea de forma tajante, muestra apertura y madurez. Le dice a Cristina que pueden probar, siempre y cuando el color no altere la composición del producto.
Cristina, con la energía propia de alguien que aún cree que todo es posible, acepta el reto con optimismo. Pero lo que parece una simple conversación de trabajo pronto toma otro rumbo: don Luis aprovecha para compartir con ella una valiosa reflexión, nacida de años de trayectoria y de muchos errores cometidos y corregidos.
Con tono sereno pero firme, le recuerda que la verdadera esencia de un perfume no está en su color, ni en su frasco, ni en su imagen externa. Lo esencial es lo que no se ve: su alma, su carácter, la emoción que despierta en quien lo huele. Para él, lo demás son adornos que pueden deslumbrar al principio, pero que no perduran.
Cristina escucha con atención y humildad. Aunque su propuesta era bienintencionada, entiende que todavía tiene mucho por aprender. Acepta las palabras de don Luis como un consejo valioso, no como una crítica. Él, por su parte, se ablanda y le reconoce su espíritu innovador. Incluso le confiesa que él también fue atrevido cuando estaba empezando, y que cometió errores, pero que esos errores le enseñaron a distinguir entre lo superficial y lo fundamental.
Antes de despedirse, don Luis le anima a seguir trabajando con entusiasmo, a no perder su iniciativa, pero también a aprender a mirar más allá de lo estético. Y así, lo que comenzó como una simple propuesta de color se transforma en una verdadera lección de vida y de profesión.
Este episodio pone de manifiesto un contraste entrañable: el ímpetu de la juventud frente a la calma de la experiencia. Pero lejos de enfrentarse, ambos mundos se escuchan, se respetan… y aprenden el uno del otro.