Por favor, respire hondo, Doña Clara. No permita que este desgraciado le cause este sufrimiento. La escena que presenciamos en este avance de “Sueños de Libertad” nos transporta a un lugar desolador, un terreno baldío donde Doña Clara depositó sus ilusiones y su capital, creyendo firmemente que allí se erigiría una casa, un proyecto en el que había invertido con la esperanza de un futuro mejor. Su rostro, habitualmente sereno y lleno de vitalidad, refleja ahora una profunda ansiedad mientras recorre el lugar con la mirada, buscando señales de construcción, cualquier indicio de que sus planes no se hayan desviado o perdido en el camino.
A su lado, Marta, con su habitual calma y sensatez, intenta tranquilizarla, asegurándole que tanto ella como Fina revisaron minuciosamente los mapas, confirmando una y otra vez la ubicación exacta del terreno. No había margen para errores, estaban en el lugar correcto. Sin embargo, mientras Doña Clara escruta el horizonte, sus ojos no encuentran nada. Ni ladrillos apilados, ni andamios elevándose hacia el cielo, ni el más mínimo rastro de actividad constructora. La ausencia total de cualquier edificación la golpea con la fuerza de un mazazo, dejándola sin aliento, con la incredulidad grabada en cada línea de su rostro.
Con una suavidad que denota comprensión y empatía, Marta confirma lo que el corazón de Doña Clara ya teme: no hay ninguna obra en este terreno. Las palabras de Marta, aunque dichas con delicadeza, resuenan en el silencio del lugar como una sentencia. Es en ese preciso instante, en medio de la desolación del paisaje y la confirmación de la dolorosa verdad, cuando un rayo de lucidez atraviesa la confusión de Doña Clara. La terrible realization la inunda como una ola helada: Arturito, ese joven en quien había depositado su confianza ciega, a quien consideraba casi como un hijo propio, la ha estafado sin piedad, apropiándose de su dinero a cambio de una casa que nunca existió, una promesa vacía construida sobre la más vil de las traiciones.
La noticia la devasta por completo. Doña Clara se tambalea bajo el peso de la incredulidad y el dolor. ¿Cómo pudo ser tan ciega? ¿Cómo no se dio cuenta antes de las señales, de las posibles inconsistencias? La confusión la embarga, nublando su juicio y sembrando la amarga semilla de la duda en su corazón. Marta, observando su sufrimiento, intenta explicarle con dulzura que su error no fue la ingenuidad, sino la distancia física que la mantuvo alejada del proyecto, impidiéndole supervisar de cerca los avances y detectar la farsa a tiempo.
Con la voz quebrada por la angustia, Doña Clara admite la magnitud de su pérdida, la significativa cantidad de dinero que se esfumó por la codicia y la deslealtad de Arturito. Marta, junto a Fina, la rodea de consuelo, intentando aliviar su dolor y evitar que se culpe a sí misma por la traición sufrida. Marta le explica con firmeza que su único “error” fue confiar en alguien cercano, en una persona a la que nunca imaginó capaz de infligirle tal daño. Arturito, con premeditación y alevosía, abusó de su bondad, de la generosidad de su corazón y de la confianza incondicional que Doña Clara le había brindado a lo largo del tiempo.
El corazón de Doña Clara está hecho pedazos. La traición de Arturito, a quien quería como a un hijo, la hiere en lo más profundo de su ser. La preocupación por su propia pérdida económica se mezcla con una angustia aún mayor: ¿qué les dirá ahora a los padres de Arturito? Siente una profunda lástima por ellos, por el dolor que inevitablemente les causará la noticia de las acciones de su hijo, y una vergüenza punzante por la situación en sí misma, por haber confiado tan ciegamente en alguien que resultó ser un farsante sin escrúpulos.
Marta y Fina, con su cariño incondicional, intentan calmarla, ofreciéndole palabras de aliento y apoyo. Sin embargo, Doña Clara se muestra inconsolable, incapaz de asimilar la magnitud de la traición. Se siente ingenua, vulnerable, abrumada por la decepción. La confianza, ese pilar fundamental de las relaciones humanas, se ha resquebrajado en su interior, dejándola con la amarga sensación de que ahora no puede confiar en nadie, ni siquiera en las personas más cercanas a su corazón.
En un intento por ofrecerle un rayo de esperanza en medio de la oscuridad, Marta comparte una idea reconfortante, una frase que su padre solía repetirle en momentos de dificultad: aunque existan personas en las que no se puede confiar, no hay que perder la fe ni la esperanza en los demás. Sin embargo, Doña Clara, con una amargura que le endurece el rostro, le advierte a Marta que no sea tan ingenua. Su dolorosa experiencia le demuestra que la traición puede provenir de los lugares más inesperados, que ni siquiera las personas más cercanas están exentas de la maldad y la deslealtad.
Un torrente de ira y frustración se apodera de Doña Clara. En un estallido emocional, exclama que si tuviera a Arturito delante, desearía infligirle el mismo dolor que él le ha causado. La rabia la consume por un instante, nublando su juicio y revelando la profundidad de su herida. Sin embargo, casi de inmediato, se detiene, dándose cuenta de la necesidad de recuperar la compostura, de no dejarse arrastrar por la furia que amenaza con devorarla.
En resumen, esta intensa escena nos muestra el impacto devastador de la traición en el corazón de Doña Clara. El choque, el dolor emocional, la confusión y la pérdida de confianza la abruman mientras se enfrenta a la dura verdad: alguien a quien amaba y en quien confiaba ciegamente la ha estafado sin piedad. Marta y Fina, como pilares de apoyo, se mantienen a su lado, tratando de ayudarla a procesar este doloroso golpe, a enfrentar la realidad sin culparse a sí misma y a encontrar un resquicio de esperanza en medio de la desolación. La fragilidad de la confianza y el amargo sabor de la traición se convierten en los protagonistas de este avance, augurando momentos de gran intensidad emocional en los próximos episodios de “Sueños de Libertad”.