En los próximos episodios de La Promesa, un giro inesperado cambiará el destino de varios personajes, desenmascarando a los verdaderos villanos de la historia: Leocadia y Lorenzo. Todo comenzará con una tragedia emocional para Eugenia, que sin saberlo, será víctima una vez más de las manipulaciones calculadas de Leocadia.

La mañana del bautizo de los hijos de Catalina debía ser una celebración. El palacio se prepara con solemnidad y los criados corren de un lado a otro mientras el marqués Alonso camina pensativo por los pasillos. Pero la paz se rompe al escuchar una escena inquietante proveniente de la sala de música. Allí, Eugenia, ajena a todo, sostiene a uno de los bebés mientras le canta suavemente una antigua nana. La criada, angustiada, le ruega que devuelva al pequeño a la cuna, pero Eugenia parece perdida en su propio mundo, como atrapada por una voz interna.

Alonso, alertado por el escándalo, entra y se encuentra con la escena: su cuñada meciendo al niño como si fuese suyo. Aunque su rostro refleja ternura, para Alonso el gesto es peligroso. La toma del brazo con firmeza y le arrebata al bebé, conmovido y enfadado a la vez. La acusa de haber desobedecido una orden directa: Catalina había prohibido tajantemente que nadie tocara a los niños sin supervisión.

Eugenia intenta justificarse: “Solo quería sentirlo cerca, soy su tía”. Pero es inútil. Alonso, firme en su rol de protector de la familia Luján, le prohíbe asistir al bautizo. Sus palabras son como una sentencia: “Representas un riesgo”. Eugenia cae de rodillas, en silencio, devastada. La puerta se cierra tras Alonso y ella queda sola, temblando, prisionera de su dolor y de algo más oscuro que aún no logra entender.

Minutos después, Curro aparece corriendo, alertado por la criada. Al ver a su madre deshecha en el suelo, se arrodilla junto a ella, buscando respuestas. Ella le cuenta lo ocurrido, entre sollozos. “No sé qué me pasa, Curro. Escucho voces… voces que me empujan a hacer cosas que no haría jamás”. Curro, horrorizado, le pregunta si Lorenzo le ha dado algo. Eugenia menciona los aceites que Lorenzo le aplica desde hace semanas, supuestamente para calmarla.

Ahí todo cambia. Curro se pone de pie de un salto. “Quédate aquí”, le ordena, y corre hacia la habitación de su madre. Revuelve todo hasta encontrar un tarro sospechoso con una crema que Lorenzo le daba “para la ansiedad”. Al olerlo, algo no encaja. Lleva el frasco al médico de confianza del palacio, quien realiza una prueba rápida y confirma lo impensable: contiene una sustancia con efectos alucinógenos y de manipulación mental.

Con esta información en sus manos, Curro regresa con su madre. Eugenia, aún temblando, comienza a recordar cosas confusas: sueños, susurros, frases que Leocadia le decía mientras la convencía de no confiar en Catalina ni en Alonso. Su mente empieza a aclararse. Entonces ocurre lo increíble.

A pesar de haber sido prohibida de asistir al bautizo, Eugenia, en un acto de valentía desesperada, aparece en la capilla justo cuando se lleva a cabo la ceremonia. Todos se giran sorprendidos. La atmósfera se vuelve tensa. El sacerdote detiene la bendición cuando ella avanza hacia Catalina y le suplica que le permita ver al niño una vez más. Catalina, conmovida y aún desconfiada, accede con cautela.

Eugenia toma al bebé en brazos y comienza a temblar. De pronto, observa algo. Un pequeño símbolo, apenas visible, en la mantilla del niño: una marca bordada que reconoce. Es la misma que vio en uno de sus sueños, donde Leocadia y Lorenzo discutían sobre cómo usar a los niños para ejecutar su venganza contra los Luján. Comprende entonces que el símbolo era una señal para identificar a cuál de los bebés debían alterar con una sustancia, posiblemente en el biberón.

Eugenia alza la voz. “¡Detengan todo! Este bautizo no puede continuar. Han intentado envenenar a uno de los niños. ¡Y los responsables son Leocadia y Lorenzo!” El silencio es total. Todos la miran incrédulos, pero Eugenia, más lúcida que nunca, revela lo que ha descubierto, mostrando el frasco y la marca oculta. Catalina corre a proteger a sus hijos. Alonso ordena a sus hombres que registren las habitaciones de los acusados.

Pocos minutos después, el escándalo estalla. En las pertenencias de Lorenzo encuentran más frascos con sustancias similares, y en las cartas de Leocadia descubren referencias a un plan para hacer que Eugenia perdiera el control y así desestabilizar emocionalmente a la familia. Ambos son arrestados frente a todos los presentes. Lorenzo intenta defenderse, pero ya no hay salvación.

El bautizo se interrumpe, pero algo mucho más importante ha ocurrido: se ha evitado una tragedia. Eugenia, a pesar de haber sido manipulada, ha tenido la lucidez y el coraje de enfrentar su dolor y descubrir la verdad. Catalina se le acerca y la abraza con lágrimas en los ojos. “Nos salvaste”, le dice.

El marqués Alonso, conmovido, reconoce su error y le agradece. “Te fallé, Eugenia. Pero gracias a ti, mis nietos están a salvo”. Curro, al ver a su madre al fin valorada, no puede contener la emoción.

Y así, en La Promesa, la justicia finalmente alcanza a quienes creían estar por encima de todo. Leocadia y Lorenzo son conducidos a prisión, mientras la familia Luján se reencuentra más unida que nunca. Pero todos saben que el veneno no solo se esconde en una copa… a veces se disfraza de cariño, de confianza. Y en esta casa, los secretos siempre encuentran la forma de salir a la luz.