“Nunca fue un mayordomo… y yo puedo probarlo.”
— Rómulo Baeza, antes de que el salón quedara en absoluto silencio.
Durante semanas, el nombre de Cristóbal Ballesteros fue sinónimo de orden y control en La Promesa. Pero en el próximo capítulo, una figura del pasado vuelve para dinamitar ese falso equilibrio: Rómulo ha regresado. Y no lo hace como un sirviente más, sino como un testigo de una verdad tan peligrosa que podría destruir el Palacio de los Luján desde dentro.
Todo comienza en una noche aparentemente tranquila. Mientras Leocadia disfruta de su copa de vino junto a Cristóbal en sus aposentos —un detalle que no pasa desapercibido para María Fernández—, el servicio nota señales de sabotaje: comidas servidas con errores, vinos cambiados, tensiones inexplicables. Un aire enrarecido flota por los pasillos, como si algo estuviera a punto de estallar.
Pero nadie, absolutamente nadie, está preparado para lo que ocurre a la mañana siguiente.
El estruendo de ruedas sobre grava detiene a todos. Una carroza conocida llega al palacio. La silueta que desciende no deja lugar a dudas: Rómulo, el antiguo mayordomo, ha vuelto. Su apariencia ha cambiado —más delgado, más firme, con la mirada endurecida por algo que ha visto durante su ausencia—, pero su autoridad es inconfundible. Petra retrocede, María contiene el aliento, López palidece.
Y Cristóbal, observando desde la ventana del despacho de Leocadia, desciende con pasos apresurados. Pero ya es demasiado tarde.
En un gesto firme, Rómulo cruza el umbral del salón principal. El marqués Alonso, Catalina, Manuel y demás miembros de la nobleza lo observan desconcertados. Rómulo no se detiene. Con voz clara, delante de todos, señala a Cristóbal:
— “Este hombre no es quien dice ser. No es un mayordomo. Es un impostor colocado por Leocadia.”
Un silencio brutal inunda la estancia. El corazón de Alonso parece detenerse. Leocadia se incorpora bruscamente, roja de ira y sorpresa. Pero Rómulo no se detiene. Abre una carpeta que lleva consigo. Documentos, cartas interceptadas, pruebas de sabotaje, incluso una fotografía de Cristóbal en Madrid… en compañía de Eladio, el antiguo contacto de la marquesa viuda.
— “Él ha dormido en sus aposentos. Ha manipulado documentos. Ha saboteado el funcionamiento del servicio. Y no lo ha hecho solo. Lo ha hecho bajo sus órdenes.”
Leocadia intenta intervenir, pero Alonso levanta la mano. Por primera vez, el marqués no tiene dudas. Y lo que hace a continuación sacude los cimientos de la serie.
— “Cristóbal Ballesteros, queda relevado de sus funciones de inmediato. Y usted, Leocadia… hable ahora o calle para siempre.”
El rostro de la mujer se transforma. Ya no hay máscara posible. Solo rabia contenida. El veneno detrás de sus sonrisas se revela por fin ante los nobles. Pero la partida aún no ha terminado.
Leocadia lanza una última amenaza:
— “Van a arrepentirse todos. Esto es solo el principio.”
Y abandona la sala. Mientras tanto, Cristóbal es escoltado por Rómulo y López fuera del palacio. Pero antes de desaparecer, se vuelve y murmura algo que solo María escucha:
— “No se fíen de nadie. Ni siquiera de él.”
¿A quién se refiere? ¿Está Rómulo realmente de parte de los Luján, o trae consigo una nueva agenda?
Los próximos episodios prometen sacudir el alma de La Promesa. El equilibrio se ha roto. Las alianzas se deshacen. Y el pasado regresa, no para cerrar heridas, sino para abrir nuevas.
¿Puede el palacio resistir esta tormenta? ¿O será este el inicio del fin para la familia Luján?