“Solo puedo irme en paz si la verdad también se marcha conmigo.”
Con esa determinación silenciosa, Rómulo, el eterno mayordomo del palacio de La Promesa, toma una decisión que cambiará el rumbo de su vida… y la de todos. Su boda con Emilia iba a ser una despedida discreta, íntima, cargada de gratitud y afecto. Pero lo que ocurre ese día en los jardines del palacio es todo lo contrario: un terremoto emocional y moral que sacude los cimientos de una casa acostumbrada a callar.
Todo comienza con la negativa de Petra a permitir que el servicio participe en la ceremonia. Para ella, la rutina está por encima de los afectos, y ni siquiera el adiós de un colega de años es suficiente para romper sus férreas normas. Pero Rómulo no es un hombre que se rinda. Su visita al despacho del marqués Alonso cambia el rumbo de esa conversación. Con firmeza, Alonso ordena que todos los criados asistan. Ese gesto se convierte en el primer regalo que el palacio le da al hombre que lo sostuvo durante décadas.
La ceremonia se organiza con sencillez y belleza. Emilia, vestida de blanco, irradia una luz especial. Los jardines florecen como si el destino quisiera rendir homenaje a esa unión tardía pero auténtica. Pero cuando el sacerdote está a punto de bendecir los votos, Rómulo levanta la mano.
“Antes de decir mi sí… debo hablar.”
El murmullo recorre el aire como una ráfaga helada. Leocadia, presente en primera fila, se tensa. Lo que sigue es una confesión que nadie esperaba. Rómulo la acusa, delante de todos, de haber manipulado a Cruz durante años, de haber sembrado odio entre ella y Dolores, de haber sido la verdadera artífice de las tragedias que marcaron la historia del palacio.
Las palabras caen como piedras. Leocadia intenta defenderse, pero el rostro del marqués Alonso lo dice todo: duda de su ama de llaves. La ceremonia, sin embargo, continúa. Rómulo, con lágrimas en los ojos, se gira hacia Emilia y, ahora sí, declara su amor eterno. El sí que pronuncia no es solo un compromiso de amor, sino una declaración de principios, una despedida sin silencios ni culpas.
Pero La Promesa no deja que el drama se apague con facilidad. Días después, ya instalados en una casa modesta en el pueblo, Rómulo y Emilia comienzan su nueva vida. Rutinas simples, paseos tranquilos, una felicidad que parecía imposible. Hasta que algo inesperado altera la calma: Emilia comienza a sentirse diferente.
Un mareo. Una fatiga extraña. Un presentimiento. Lo que parecía una ilusión toma forma en palabras: “Rómulo… creo que estoy embarazada.”
El mayordomo no lo puede creer. No es solo la edad de Emilia, ni las circunstancias. Es lo improbable, lo milagroso de esa posibilidad. Pero los síntomas están ahí. Y Emilia, con la convicción callada de las mujeres que se conocen a sí mismas, no duda: “Hay algo dentro de mí… algo que vive.”
Así, la historia de Rómulo no termina con una boda ni con una verdad revelada. Termina —o tal vez empieza— con la promesa de una nueva vida.
Una que ni él ni nadie se atrevía ya a soñar.
¿Y tú? ¿Crees que Emilia está realmente embarazada… o es solo una esperanza tardía? ¿Y qué castigo merecerá Leocadia si todo lo que se dijo es cierto?