En el corazón palpitante del palacio La Promesa, donde el amor intenta abrirse paso entre los escombros del pasado, Catalina y Adriano se preparan para dar el sí definitivo que los uniría como familia ante Dios y el mundo. Tras haber descubierto que es el padre biológico de los gemelos que Catalina crio en soledad, Adriano decide dejar atrás el miedo, arrodillarse ante la mujer que ama y pedirle matrimonio. Catalina, endurecida por el abandono y la traición de Pelayo, pone condiciones claras: no más juegos, no más secretos, y solo se entregará cuando esté casada. Adriano acepta sin dudar, y fijan la boda para la semana siguiente.
La noticia de la unión corre como pólvora por los pasillos del palacio, y no todos lo toman con alegría. Manuel, el hermano protector de Catalina, enfrenta a Adriano con firmeza: no tolerará otro error. Adriano, con humildad y decisión, le promete ser el esposo y padre que su hermana y sus sobrinos merecen.
La ceremonia se prepara con sencillez y solemnidad en el jardín, entre pétalos blancos y miradas emocionadas. Catalina, vestida de blanco, avanza hacia el altar con la dignidad de una mujer que ha renacido de sus propias ruinas. Pero justo cuando está a punto de pronunciar el “sí, acepto”, una voz estalla como un trueno: “¡Detengan todo!”
Pelayo, desaparecido durante meses, aparece sorpresivamente, polvoriento y descompuesto, irrumpiendo en la ceremonia. Con voz temblorosa y mirada febril, exige que se suspenda la boda. Declara que es el verdadero padre de los niños y que ha regresado para recuperar lo que es suyo: Catalina.
El ambiente se enrarece. Manuel se interpone entre Pelayo y su hermana, indignado. Catalina lo enfrenta sin miedo: “No tienes derecho. Me dejaste embarazada, sola, me abandonaste en el altar”. Pelayo intenta justificar su regreso con promesas vacías. Adriano, firme, se interpone: “Yo estuve cuando ella lloraba, cuando enfermó, cuando los niños nacieron. Yo soy su padre”.
Pelayo no se rinde. Mira a Catalina y le suplica que recuerde sus momentos juntos, pero ella, con la voz quebrada por la rabia contenida, le responde: “No se trata de errores. Se trata de cobardía. Adriano se quedó. Él eligió amarnos. Tú, Pelayo, no eres su padre. Nunca lo serás”.
La tensión estalla cuando Pelayo amenaza con buscar justicia. Pero Manuel lo detiene en seco: “Si no te vas ahora, te sacarán en brazos de la Guardia Civil”. Pelayo, derrotado, lanza una última mirada de odio, y se retira en silencio.
El silencio pesa como una losa sobre el jardín hasta que Catalina, serena, vuelve al altar, ajusta su velo, y dice con determinación: “Podemos continuar”. Adriano le toma la mano, y el padre Samuel reanuda la ceremonia. Ante todos, Catalina no solo acepta a Adriano como esposo, sino que se elige a sí misma: su valor, su derecho a ser amada, y su nueva vida sin miedo.
Un nuevo capítulo empieza en La Promesa, marcado por la verdad, el coraje y la fuerza de una mujer que decidió no rendirse jamás. ¿Pero realmente se ha cerrado la puerta para siempre? ¿Volverá Pelayo con más oscuras intenciones? El destino, como siempre, guarda sus mejores cartas para el final.