El ambiente en La Promesa es tan denso como el misterio que se cierne sobre sus muros. La tensión ha llegado a un punto de quiebre. María Fernández, la doncella de alma férrea y mirada inquebrantable, da un paso al frente y lanza una acusación que sacude los cimientos de la finca: ¡hay veneno en La Promesa!
Todo comienza con una revelación explosiva del padre Samuel, quien decide romper su voto de silencio. Frente a los criados, el sacerdote afirma que Petra Arcos, la sirvienta más temida y cruel, no era lo que todos pensaban. Según él, Petra fue enviada por la corona como espía para desentrañar crímenes enterrados en el silencio de la aristocracia. Pero lo que parece una locura, pronto cobra sentido.
Mientras tanto, Pía, Curro y Lóe descubren que la pulsera entregada por el joyero Yop escondía un secreto macabro: un frasquito de cianuro, el mismo veneno que casi le arrebata la vida a Yana. La pulsera, símbolo de un gesto inocente, se convierte en evidencia clave de un intento de asesinato. Y de pronto, las piezas comienzan a encajar.
Ricardo, el nuevo mayordomo, inicialmente sospechoso de todos, enfrenta al joyero con furia contenida. Lejos de ser el villano, Ricardo resulta estar más cerca de la verdad que nadie. Su investigación lo lleva a un nombre que nadie esperaba: Leocadia, la leal sirvienta de la marquesa, sería quien orquestó todo… bajo las órdenes de doña Cruz. Una traición en las entrañas del poder.
La casa entera se estremece. Criados, nobles y hasta impostores olvidan rencillas y se unen contra un enemigo común. La alianza es tan inesperada como necesaria. Y mientras tanto, el frasco de veneno deja de ser una simple prueba: se convierte en símbolo de justicia, de redención, y de una batalla por la verdad que apenas comienza.
María, movida por su instinto implacable y su sed de justicia, se enfrenta al padre Samuel. La conversación entre ambos se transforma en un duelo de fe contra sospecha. Él insiste en que Petra no lo traicionó. Ella exige respuestas. “¿Qué contenía esa carta, una receta de rosquillas?”, espeta con ironía dolorosa. La tensión crece. El silencio del sacerdote, que antes parecía virtud, ahora se vuelve sospechoso, incluso peligroso.
La palabra “veneno” flota en el aire como un fantasma. Todos recuerdan a Yana, luchando por su vida, pálida y sin aliento. Samuel palidece, no solo por la presión, sino porque sabe más de lo que ha dicho. María, perspicaz como siempre, capta su miedo. “¿Usted sabe algo más?”, le susurra con un tono que ya no es acusador, sino aterradoramente preocupado.
Y entonces, la revelación golpea: Petra no fue despedida… desapareció. ¿Por qué? ¿Qué descubrió? ¿A quién amenazaba con lo que sabía? La promesa de silencio del sacerdote, ahora lo condena. María, temblando de rabia y desesperación, exige: “Si calla, es cómplice. Nos pone en peligro a todos.”
Las miradas se clavan en él. Ya no hay burlas, ni incredulidad. Solo un miedo compartido. El padre Samuel está al borde de una confesión que cambiará todo. La Promesa está a punto de entrar en una nueva etapa: más oscura, más peligrosa, más sangrienta.
En otro rincón del palacio, Ricardo continúa sus propias pesquisas. Desde su llegada ha impuesto orden, pero sus sospechas hacia Pía van en aumento. La acusa de ocultar algo. Una indisposición suya coincidió con la desaparición de objetos del inventario… que luego reaparecieron misteriosamente. ¿Coincidencia?
Pía intenta mantenerse firme, pero dentro de ella el pánico crece. El joyero le había dado a Curro una nueva caja con la supuesta pulsera correcta. Curro, apurado, le pidió a Pía que la escondiera… y esa caja es la que ahora Ricardo tiene. ¡Y podría contener el frasco de veneno!
Pía, desesperada, busca a Curro y Lóe en el hangar. “¡Ricardo tiene la caja!”, les dice con un susurro urgente. Si la abre, todo saldrá a la luz. Curro se culpa: “Todo por una estúpida pulsera”. Pero ya no hay tiempo para culpas. Hay que actuar.
Ricardo no es el único con sospechas. También ha notado el comportamiento evasivo de Pía, y su entrenamiento como mayordomo lo hace especialmente hábil para detectar mentiras. Él no lo dice, pero su mirada lo dice todo. Tiene la caja. Sabe que Pía miente. Y está dispuesto a ir hasta el final.
Mientras tanto, en los pasillos de La Promesa, la verdad se arrastra como una serpiente venenosa. ¿Quién será la próxima víctima? ¿Quién será el próximo traidor?
Y en el centro de todo, María. Su sed de justicia la convierte en faro en medio de la oscuridad. Pero incluso ella no está preparada para todo lo que está a punto de salir a la luz. Porque en La Promesa, el veneno no solo mata… también revela. Y lo que está a punto de revelarse, cambiará el destino de todos para siempre.
¿Quién caerá cuando la verdad ilumine cada rincón? ¿Cuántos secretos quedan aún por estallar?
En La Promesa, la batalla final ha comenzado. Y esta vez, no todos saldrán con vida.