La aurora del 4 de junio trajo consigo una atmósfera de inquietud sobre el majestuoso palacio de La Promesa. No fue una luz que acariciara suavemente las estancias, sino una claridad espectral, silenciosa y tensa, que parecía arrastrar consigo los presagios de un pasado que se resiste a quedar enterrado. En la penumbra del ala oeste, Eugenia de Luján, sumida en un sueño alterado por el láudano, se debatía entre la conciencia y el delirio. Su mente fragmentada le traía visiones de un niño que sollozaba en un sótano húmedo, frente a una vieja puerta de madera. Pero no era lo peor. Entre esas sombras también se colaba la figura ya recurrente de un hombre de sombrero, una silueta que acechaba sus pensamientos, sus recuerdos… y algo más.

Eugenia abrió los ojos de golpe, alertada por la sensación gélida que deja el miedo verdadero. La enfermera Ramírez dormitaba en una silla cercana, pero Eugenia ya no veía la habitación con claridad. Algo se movía junto a la ventana, una sombra alargada que parecía inclinarse bajo un sombrero. Gritó. No era la primera vez que lo veía, pero esta vez el hombre del sombrero parecía más real que nunca. Era como si su locura hubiese invocado una presencia tangible, una amenaza que no era solo producto de su mente.

Mientras tanto, en las cocinas, Petra Arcos intentaba recuperar algo de dignidad y redención tras su pasado lleno de intrigas. Pero ni Simona ni María Fernández estaban dispuestas a olvidar tan fácilmente. María, con su lengua afilada, desnudó las culpas de Petra sin piedad, recordándole que no basta con rezar para lavar las heridas que ha provocado. Petra, mordiendo su labio con rabia contenida, comprendió que ya no podía cambiar lo que fue, pero quizás aún podía decidir lo que sería. Una chispa de determinación brotó en su interior: no todo estaba perdido.

En los jardines, Jacobo de Castellanos y Martina de Luján caminaban en silencio. El amor entre ellos se había convertido en un campo minado de secretos, reproches y heridas no cerradas. Ella quería verdad, él ofrecía evasivas. Cuando Jacobo habló, lo hizo con una mezcla de vergüenza y defensa: no podía exponer su historia como un trofeo. Pero Martina, con lágrimas contenidas, le exigía confianza. Sin ella, no había futuro posible. Las palabras quedaron suspendidas entre ellos como una amenaza: ¿Y si el amor no basta? ¿Y si el pasado de Jacobo arrastra a ambos al abismo?

Pero el verdadero peligro estaba gestándose en otro lugar. En las sombras. Toño, el joven criado, ocultaba un pacto con Ginés “el Sanguijuela”, un hombre capaz de cualquier cosa por descubrir los secretos del linaje Luján. Ginés no buscaba solamente oro: su ambición iba más allá de lo material. Algo dormía en la cripta ancestral, y los niños de Eugenia, Diego y Jimena, podrían ser la clave de un misterio más profundo y oscuro.

El bautizo de los mellizos parecía traer un respiro, un momento de paz y celebración en medio del caos emocional. Pero la ilusión se rompió con un grito desgarrador que surgió desde la despensa. Candela había sido atacada. El caos estalló. Todos corrían, las miradas buscaban respuestas, pero la amenaza seguía siendo invisible… hasta que Eugenia pronunció su nombre: el hombre del sombrero. Ya no era un espectro en su mente: lo habían visto otros. Un pasadizo secreto, descubierto tras la despensa, conducía hacia la cripta oculta bajo los cimientos de la Promesa. Un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido, donde los secretos de la familia Luján yacían entre huesos, objetos antiguos y un eco inconfundible de tragedia.

Las traiciones salieron a la luz con brutal rapidez. Ginés había manipulado a Toño, usándolo como peón en su búsqueda. Petra, en un intento desesperado de redimirse, se lanzó a descubrir la verdad por sí misma, enfrentando los fantasmas que una vez ayudó a alimentar. Jacobo y Martina, arrastrados por la tensión, se vieron obligados a decidir si lucharían juntos o si sus caminos se separarían para siempre. Y en medio de todo, Eugenia enfrentaba su propio pasado: ese niño de sus visiones, ¿era un eco de su infancia robada o una advertencia del destino que aguardaba a sus hijos?

La lucha en la penumbra fue brutal. Ginés, armado con verdades prohibidas y una codicia insaciable, desató una tormenta dentro de la cripta. Pero lo que encontró no fue oro ni joyas. Fue algo más valioso y más peligroso: una conexión entre los mellizos y un antiguo legado oculto, un poder sellado por generaciones, protegido por rituales olvidados y custodios silenciosos. La presencia del hombre del sombrero no era mera superstición. Era parte de ese legado, un guardián maldito, o tal vez un ejecutor de justicia ancestral.

En ese instante, La Promesa dejó de ser solo una hacienda. Se convirtió en una trampa mortal donde el pasado y el presente colisionaban con fuerza devastadora. Todos los personajes se vieron obligados a enfrentarse a sí mismos, a sus errores, a sus decisiones. Algunos, como Petra, hallaron redención. Otros, como Ginés, encontraron el castigo que merecían. Y aún otros, como Eugenia, comprendieron que los secretos más peligrosos no son los que se ocultan, sino los que duermen a la espera de ser despertados.

El eco de una nana perdida resonó una vez más en los muros de piedra: “No llores, pequeño gorrión, mamá te encontrará…”. Pero esta vez, no era solo una canción. Era una promesa. Y también una advertencia.

Porque la oscuridad en La Promesa no ha dicho su última palabra. La cripta guarda aún más enigmas, y el hombre del sombrero… no ha desaparecido. Ha encontrado lo que buscaba. Y ahora, está dispuesto a protegerlo a cualquier precio.

Parte uno: El murmullo de las grietas. El inicio del fin ha comenzado.