“Algunos sirven, otros lideran”, escupe Lisandro. Pero esta vez, su veneno no alcanzará a Curro. Porque Curro ya no es el mismo.
Después de días soportando humillaciones, manipulaciones y amenazas veladas, Curro, el hijo bastardo criado como lacayo, da un giro radical. La escena comienza con un gesto que descoloca a todos: aparece vestido con traje noble, erguido, con una mirada que ya no pide permiso. Frente a él, Lisandro, con su habitual cinismo, lanza sus dardos disfrazados de cortesía.
Pero esta vez, Curro no muerde el anzuelo. Sabe que algo más grande se está gestando. Sabe que la carta que vio en manos de Lisandro no es inocente. Y aunque la furia le hierve por dentro, contiene cada palabra. La batalla será silenciosa, pero definitiva.
Tras el enfrentamiento, Curro recurre a Pía, su aliada silenciosa, la única que lo ha tratado con dignidad. Juntos urden un plan: encontrar esa carta, interceptarla si es necesario, pero sobre todo defenderse con inteligencia, no con rabia. Y es ahí donde Curro toma la decisión más importante de su vida.
Escribe su propia carta. No una venganza vulgar, sino un testimonio desgarrador. Revela su verdadero origen: hijo de Alonso Luján y Dolores, criada fallecida en circunstancias sospechosas. Narra cómo fue arrebatado de su madre, criado con mentiras y luego despreciado al descubrir la verdad. Expone el maltrato, los insultos y el intento sistemático de borrarlo de la historia de La Promesa.
El destinatario: la Casa Real. Su objetivo: reclamar el lugar que por derecho le corresponde.
Mientras tanto, el palacio se inunda de falsas celebraciones. Lisandro presenta con orgullo a su hijo Alberto, el nuevo “pretendiente perfecto” para Ángela. Una puesta en escena humillante, pensada para ridiculizar a Curro, que se ve obligado a servir vino mientras los dos hombres se burlan de su pasado. Pero él no reacciona. Ya no.
Dos semanas después, el carruaje de la Casa Real atraviesa los portones del palacio. Un emisario entrega un pronunciamiento que detiene el tiempo: Curro es reconocido legalmente como hijo legítimo de Alonso Luján. Los rostros lo dicen todo. Alonso se emociona. Catalina asiente en silencio. Ángela contiene las lágrimas. Y Lisandro… Lisandro rompe la copa en su mano.
Intenta protestar. Grita que todo es una farsa. Pero el emisario lo corta en seco. “No es cuestión de querer, es cuestión de tener derecho.”
Esa misma tarde, Curro deja el uniforme de lacayo y entra al salón como lo que siempre debió ser: un Luján. Los que antes se reían bajan la mirada. Los que lo ignoraban, ahora se inclinan. Lisandro se retira murmurando amenazas, pero ya es tarde. El destino ha hablado.
Curro no solo recupera su nombre. Recupera su dignidad. Y con ella, comienza una nueva era en La Promesa.
¿Qué opinas de esta proclamación real? ¿Será este el inicio de una guerra abierta con Lisandro?