En los corredores ancestrales de La Promesa, el aire se tensa con los hilos de destinos entrelazados, donde cada decisión, cada secreto, pende de un hilo. Curro, en su incansable búsqueda de la verdad, se ha aventurado en un terreno peligroso, y ahora teme que su osadía le haya costado demasiado caro, al confesar su verdadera identidad a Esmeralda.
La revelación de Curro a Esmeralda es un punto de no retorno. En su afán por desentrañar el misterio del envenenamiento de Hann, Curro se ha expuesto a un riesgo incalculable. La joyera, cuya lealtad y verdaderas intenciones son aún un enigma, ahora posee una pieza crucial de información que podría ser utilizada en su contra. Este acto de desesperación, aunque impulsado por un deseo genuino de justicia, lo coloca en una posición vulnerable, un peón en un juego de ajedrez donde las consecuencias de cada movimiento pueden ser fatales. La tensión que se ha cocinado a fuego lento en el hangar, con Manuel y Toño descubriendo la intrusión en sus investigaciones sobre los motores de avión, solo añade una capa más de peligro al entramado en el que Curro se encuentra atrapado. ¿Es Esmeralda una aliada o una amenaza? Y si ha cometido un error, ¿cómo podrá Curro deshacer este nudo de verdades y mentiras sin ponerse en un peligro aún mayor?
Mientras tanto, la casa Luján sigue siendo un campo de batalla para Ángela, cuya tenaz resistencia frente a la tiranía de su madre, Leocadia, se convierte en un símbolo de desafío. A pesar de su frágil estado de salud y el empeoramiento de su catarro, Ángela se niega a abandonar los jardines del palacio, un acto de rebelión silencioso que pone a prueba los límites de la crueldad de Leocadia. Esta última, que ya había intentado forzar el regreso de su hija a Zúrich y había amenazado a Curro con el despido si la ayudaba, se mantiene inflexible. Sin embargo, la determinación de Ángela comienza a hacer mella, y la intervención de Lorenzo, quien destaca la firmeza de la joven ante su madre, sugiere que la balanza podría empezar a inclinarse. Martina, por su parte, sigue preocupada por Ángela y busca desesperadamente suavizar la situación, aunque sin éxito con Jacobo, quien se muestra cada vez más impaciente con la situación del título nobiliario.
En otro rincón del palacio, el inminente adiós de Rómulo, el fiel mayordomo, comienza a resonar entre el servicio. Su deseo de vivir una vida tranquila junto a Emilia, la enfermera, choca con su arraigado sentido del deber hacia el marqués Alonso. Aunque Rómulo busca la ayuda de Catalina para comunicar su decisión, los rumores de su partida ya han llegado a oídos de la planta noble, adelantándose a sus planes. Esta subtrama añade una capa de emotividad, explorando los temas de la lealtad, el deseo de libertad personal y el paso del tiempo.
Finalmente, la sombra de don Lisandro, el duque de Carvajal y Fuentes, sigue planeando sobre la Promesa. Su regalo de un título nobiliario, “Condes de García y Luján”, a Adriano, después de que este arriesgara su vida por él, parecía un gesto de gratitud. Sin embargo, la humillación inherente al cambio de apellido de García a Campos revela la verdadera naturaleza del duque, que no duda en ejercer su poder para menospreciar a aquellos que considera inferiores. Este conflicto entre la gratitud superficial y el desprecio arraigado promete más tensiones, especialmente si Adriano y Catalina deciden rechazar el título, lo que podría desencadenar una furia impredecible en el duque.
En este capítulo, La Promesa se convierte en un crisol de peligro, desafío y decisiones que marcarán un antes y un después para sus habitantes. La valentía de Curro se encuentra en una encrucijada, la resistencia de Ángela alcanza su punto álgido, y las maquinaciones de los poderosos continúan tejiendo una red de intrigas.
¿Podrán los personajes de La Promesa navegar por este mar de peligros y encontrar su propio camino hacia la verdad y la libertad, o se verán consumidos por las oscuras fuerzas que los rodean?