La noche se cierne sobre La Promesa con un peso invisible, como un presagio oscuro que ahoga el aire. Lo que parecía ser un simple objeto de belleza —una pulsera de brillantes— se transforma en el corazón de una conspiración venenosa. Catalina Luján, condesa recién nombrada, está en la mira de una amenaza mortal, tejida con hilos de sangre y traición por alguien que nunca habría sospechado: su propia tía, Leocadia.
Todo comienza en las cocinas, donde Curro, Pía y Lope descubren que la joya escondía más que lujo: contenía cianuro, en dosis capaces de matar sin dejar rastro. “No hay duda”, susurra Curro, el miedo perlándole la frente. No era un simple robo, ni un accidente. Era un asesinato premeditado… y Catalina era el blanco.
¿Quién envenenaría una pulsera si no es para matar? La única respuesta posible estremece a los tres improvisados detectives: el regalo estaba destinado a alguien de la casa. Un asesino habita entre ellos. Comparten sus comidas, sus fiestas, sus rezos. Y ahora, la urgencia los empuja a actuar: Lope distraerá al joyero Julián, Pía creará una escena para desviar la atención, y Curro se colará a buscar pruebas. Un pacto de sombras se forma en silencio, con miradas llenas de temor y valentía.
Mientras tanto, en los salones nobles, una celebración parece cubrir la tensión con copas de coñac y palabras altisonantes. El marqués Alonso Luján se deshace en elogios por la futura condesa: su hija Catalina. El honor de un título nobiliario, regalo del duque de Lisandro, ha caído sobre Adriano, su yerno, un hombre de origen humilde. Pero mientras Alonso estalla de orgullo, Adriano se siente incómodo, atrapado entre el pasado campesino que aún lo define y el nuevo rol que no ha elegido.
“No merezco esto”, confiesa. Y es entonces cuando aparece Jacobo, el arrogante hijo de los marqueses de los Infantes. Con una sonrisa venenosa y palabras cargadas de desprecio, ridiculiza a Adriano por sus dudas. “Tu sangre está llena de tierra”, escupe, con una crueldad que perfora el alma de todos. Catalina, furiosa, lo enfrenta, pero Jacobo siembra en Adriano una semilla de inseguridad… o quizá de determinación.
La tensión no se detiene en la casa. En los jardines, Simona encuentra a Manuel. Él, por fin, ha visitado la tumba de Yana. Ha pedido perdón. Ha llorado. Y ha sentido su perdón. Ahora, con la paz en el corazón, anuncia que venderá los motores, liberándose del peso del pasado. Aunque Yana ya no esté, vivirá la vida que ella habría deseado para él. Una vida sin miedo.
En la capilla, otro drama se desarrolla. María Fernández, rota por la culpa, se arrodilla ante Samuel. Su caída ha sido brutal. Lo ha perdido todo: su fe, su posición, su vocación. Y ella se siente responsable. “La gente cree que fui yo quien te arrastró al pecado”, dice entre sollozos. Samuel niega con dulzura: “Fui yo quien eligió. Fui yo quien pecó”. Pero María no se resigna. Le ruega que revele la verdad: que fue él quien escribió la carta anónima para protegerla. Que no todo fue su culpa.
Y mientras el veneno aún recorre las sombras de la finca, alguien más se acerca con una verdad capaz de hacerlo estallar todo: una hija rebelde que regresa del exilio, con pruebas bajo el brazo y fuego en el corazón.
¿Será Catalina capaz de mantenerse firme ante esta telaraña de traiciones? ¿Podrá Adriano demostrar que el valor no depende del linaje? ¿Y qué rostro se oculta tras la máscara del asesino?
En La Promesa, cada joya brilla… hasta que el veneno la apaga. Y esta vez, el precio de la nobleza podría ser la vida. 💔👑