La Promesa entra en una espiral de decisiones arriesgadas, secretos que arden bajo la superficie y revelaciones que podrían cambiarlo todo. Curro, decidido a llegar hasta el final en su investigación sobre el veneno hallado en el estuche de la pulsera, comete un error fatal: revela su identidad a Esmeralda, la misteriosa dependienta de la joyería Yob. Lo que parecía una pista más se convierte en un paso en falso que podría costarle muy caro.
Mientras tanto, Ángela desafía abiertamente a Leocadia, negándose a marcharse pese a su frágil salud, acampando bajo la lluvia y el desprecio de su madre. Rómulo, por su parte, toma la decisión más importante de su vida amorosa y profesional, comprometiéndose con Emilia y anunciando su marcha de La Promesa. Pero alguien importante lo descubre antes de tiempo.
Y cuando todo parecía encaminado, la investigación da un giro inesperado: el verdadero dueño de la joyería Yob sale a la luz y con él un pasado tan oscuro como el veneno escondido en su interior. ¿Está Curro preparado para enfrentarse a la verdad? ¿Y qué oculta Leocadia con tanta fiereza que incluso estaría dispuesta a sacrificar a su propia hija? Una semana de emociones intensas, decisiones irreversibles y secretos al borde del estallido. ¿Te atreves a descubrir lo que nadie esperaba?
Lunes 16 de junio: Despedida y el susurro del veneno 💀
La mañana del lunes llegó con una tensión casi palpable en el aire del servicio. La noticia, o más bien la intención de Leocadia, se había extendido como la pólvora: Ángela, la joven doncella de la señora de Luján, iba a ser enviada a un internado en Zúrich. La excusa oficial era proporcionarle una educación exquisita, una oportunidad que ninguna chica de su clase podría soñar. La razón real, un secreto a voces entre los que observaban con atención, era arrancarla de la órbita de Curro de la Mata.
La confrontación no se hizo esperar. Leocadia interceptó a su hija en el pasillo que conducía a las cocinas, su rostro una máscara de fría determinación. “Ángela, he recibido la confirmación del instituto en Suiza. Partirás en dos semanas. Ya he hablado con los marqueses y están de acuerdo en que es una oportunidad magnífica para ti.”
Ángela se detuvo, dejando la cesta de ropa de plancha sobre un arcón cercano. Su mirada, normalmente tímida, se había afilado. Había pasado la noche en vela, una batalla librándose en su interior. “Madre, no me iré”, dijo su voz más firme de lo que Leocadia jamás la había oído. “¿Cómo has dicho?” El tono de Leocadia bajó una octava, volviéndose gélido. “No es una pregunta, Ángela. Es una decisión que he tomado por tu bien. No voy a permitir que arruines tu futuro por un capricho.”
“¿Un capricho? ¿Es un capricho querer decidir sobre mi propia vida?” Ángela dio un paso al frente, la sumisión evaporándose de su postura. “¿O es que mi bien es casualmente lo que te mantiene a ti tranquila? Sé perfectamente por qué haces esto. ¡Es por el señorito Curro!”
El nombre pronunciado en voz alta pareció abofetear a Leocadia. “No vuelvas a pronunciar su nombre”, siseó, agarrando a su hija por el brazo. “Eres una ingenua. No entiendes los juegos de los señores. Él solo siente lástima por ti y tú lo confundes con algo que no es. Te estás poniendo en una situación ridícula y lo que es peor, peligrosa. Te envío lejos para protegerte de ti misma.”
“Me envías lejos para que no te avergüence”, replicó Ángela, zafándose del agarre con una fuerza que sorprendió a ambas. “¿Crees que me preocupo por él hasta límites inapropiados, verdad? Lo he oído, pero te equivocas, madre. Me preocupo por él como una persona se preocupa por otra que sufre y me preocupo por mí, por mi derecho a elegir, y elijo quedarme.” “Esta conversación ha terminado.” Sin esperar respuesta, Ángela recogió su cesta y continuó su camino, dejando a Leocadia temblando de una furia impotente. La semilla de la rebelión había germinado.
Mientras tanto, en un rincón apartado del jardín, otro futuro se estaba forjando. Rómulo, el mayordomo cuya vida había sido sinónimo de La Promesa, miraba a Emilia con una devoción que rejuvenecía su rostro curtido por los años. Su relación, mantenida en secreto durante tanto tiempo, era ahora un hecho conocido, y con esa libertad llegó la necesidad de un plan.
“Emilia, mi amor”, comenzó, tomando sus manos entre las suyas. “Sé que tu tiempo aquí es limitado. Tu trabajo cuidando de la marquesa terminará y tendrás que marcharte.” Emilia asintió, una sombra de tristeza en sus ojos. “¿Y qué haremos entonces, Rómulo? ¿Nos escribiremos cartas hasta que el tiempo borre el recuerdo de nuestros besos?”
Rómulo sonrió, una sonrisa genuina y llena de propósito. “No, no habrá tal distancia. He tomado una decisión. El día que tú te vayas de La Promesa, yo me iré contigo.” Los ojos de Emilia se abrieron de par en par, inundados de una alegría incrédula. “¿De verdad, Rómulo? ¿Dejarías todo esto, tu hogar, tu vida?” “Tú eres mi hogar ahora”, declaró él, su voz un murmullo grave y lleno de convicción. “He servido a esta casa con lealtad durante décadas. Les he dado mi vida. Ahora el tiempo que me queda quiero que sea para mí. Para nosotros.” Ella se arrojó a sus brazos, riendo y llorando al mismo tiempo. Era más de lo que se había atrevido a soñar. “Pero”, añadió él, acariciando su cabello, “te pido discreción por el momento. Debo encontrar la manera y el día adecuados para comunicárselo al marqués. Será un golpe duro para él y quiero hacerlo con el respeto que se merece. No quiero que se entere por un rumor de pasillo.” Emilia asintió, sellando la promesa con un beso que sabía a futuro y a libertad.
En otro lugar del palacio, la libertad era precisamente lo que anhelaba María Fernández. La anulación de su boda con Salvador había dejado una herida supurante en el alma del servicio, y la joven doncella no podía soportar la injusticia. Buscó a Samuel, el joven ex-sacerdote, encontrándolo mientras ayudaba a Lope en la cocina.
“Samuel, tenemos que hablar”, dijo su tono urgente. Samuel, que intentaba integrarse en las tareas mundanas del palacio para ocultar la vergüenza de su excomunión, se tensó. “María, ya hemos hablado de esto.” “No, no lo suficiente. No hasta que hagas lo correcto”, insistió ella, bajando la voz. “Fuiste tú. Tú avisaste al obispado. Lo sé. Y tú sabes que lo sé. Cada día que pasas en silencio es una tortura para Salvador y para mí. Es una mancha sobre todos nosotros. Te ruego, por lo que más quieras, que confieses. Diles la verdad.”
“¿Y qué gano yo con eso?”, replicó él, su voz teñida de amargura. “El desprecio de todos, que me echen de aquí a patadas. Ya lo he perdido todo, María. Mi vocación, mi fe. No me pidas que también renuncie al único techo que tengo.” “Ganas la paz, Samuel. Ganas el poder mirarte al espejo sin sentir asco. La verdad tiene un precio, sí, pero la mentira te consume por dentro. Por favor.” Sus súplicas una vez más chocaron contra el muro de miedo y autocompasión de Samuel. Se encogió de hombros y volvió a su tarea, dejando a María con el corazón encogido de frustración.
Lejos de allí, en el hangar, Manuel vivía un momento de pura euforia. Sostenía en sus manos una carta con membrete de una prestigiosa empresa de aviación de Bristol. Habían leído sobre sus innovadores diseños de motores y estaban interesados, muy interesados. La carta era una oferta formal de compra. Por un momento, el recuerdo de Jana y su apoyo incondicional a sus sueños aeronáuticos le llenó los ojos de lágrimas. Esto era por ella. Era la prueba de que no se había equivocado. Con mano firme, redactó una respuesta positiva, cerrando el trato que aseguraría su legado como inventor.
Más tarde, buscó un respiro para su alma. Se dirigió al pequeño cementerio familiar, donde la lápida de Jana descansaba bajo la sombra de un ciprés. Para su sorpresa, encontró a Simona sentada en un banco cercano, desgranando un rosario. “Simona, ¿qué haces aquí?” La cocinera levantó la vista, sus ojos sabios y llenos de una compasión infinita. “A veces vengo a hablar con mi Tomás y a velar por esta muchacha. Sé que la querías mucho, Manuel. Se notaba en cada mirada que le dabas.” Manuel se sentó a su lado, el peso del mundo sobre sus hombros. “La echo tanto de menos. Acabo de cerrar la venta de los motores, todo lo que siempre quise, y no puedo compartirlo con ella.” “Ella lo sabe”, dijo Simona con una certeza serena. “El amor no muere con el cuerpo, señorito. Se queda aquí”, dijo, llevándose una mano al corazón, “y se convierte en fuerza. Ella estaría muy orgullosa de ti y ahora, gracias a ti, podrá descansar sabiendo que su fe en ti no fue en vano.” Compartieron un silencio cargado de emoción, un puente de entendimiento entre el señor y la criada, unidos por el duelo y el afecto hacia la misma mujer. Manuel sintió que en esa cocinera de apariencia ruda había encontrado una confidente inesperada y valiosa.
Mientras tanto, el trío de investigadores clandestinos se reunía en la habitación de Pía. El descubrimiento en el despacho del mayordomo Ricardo había sido escalofriante. En el estuche de la pulsera robada no había joya alguna, sino un pequeño frasco de cristal que contenía un líquido incoloro. “Un veneno, no hay duda”, dijo Curro, su mandíbula apretada. “Quienquiera que matara al padre de Jana usó esto. Y Ricardo lo tenía o lo tiene, pero ¿por qué guardaría el veneno en el estuche de la pulsera?” reflexionó Lope, paseando por la pequeña estancia. “No tiene sentido, quizás para incriminar a alguien”, sugirió Pía, su rostro pálido. “O quizás la pulsera es la clave de todo. Tenemos que volver a esa joyería. La joyería Yob. La dependienta Esmeralda estaba muy nerviosa. Ella sabe algo.” “Estoy de acuerdo”, secundó Curro. “Debemos hablar con ella, lejos de su jefe, pero ¿cómo salir de La Promesa sin levantar sospechas? Ricardo nos vigila. Leocadia me vigila. Necesitamos una excusa perfecta.” Se miraron los tres, la magnitud de su tarea pesando sobre ellos. Estaban jugando un juego mortal contra un enemigo invisible, y cada movimiento en falso podría ser el último. La investigación debía continuar. Costara lo que costara.
Martes 17 de junio: Decisiones irrevocables y rebeliones anunciadas 💥
El martes, las decisiones tomadas comenzaron a generar sus primeras ondas expansivas. Rómulo, fiel a su palabra, empezó a preparar el terreno para su partida. Eligió a Pía como su primera confidente. La encontró supervisando la limpieza de la platería. “Pía, ¿puedes concederme un momento?” La seriedad en su tono alertó a la ama de llaves. “¿Ocurre algo, Rómulo?” Se aseguraron de que nadie pudiera oírlos. “Me marcho de La Promesa”, dijo él sin rodeos. Pía se quedó sin aliento. “¿Qué? ¿Pero? ¿Por qué? ¿Cuándo? Esta casa se derrumbaría sin ti.” “Esta casa seguirá en pie, pero mi vida debe tomar otro rumbo”, explicó con una calma melancólica. “Emilia se irá pronto y yo me iré con ella. Aún no se lo he dicho al marqués y te ruego que guardes mi secreto hasta que lo haga.” Pía lo miró, viendo no solo a su superior, sino a su amigo. Vio el amor en sus ojos y comprendió. “Por supuesto, Rómulo, tu secreto está a salvo conmigo. Me alegro por ti. Te mereces ser feliz.” Aunque su voz se quebró ligeramente: “Te echaremos terriblemente de menos.”
La rebelión de Ángela también tomó una forma tangible. Después de otra agria discusión con su madre en la que Leocadia le reiteró que sus baúles se estaban preparando, quisiera o no, Ángela tomó una medida drástica. Recogió una manta, un pequeño hatillo con algo de pan y una cantimplora de agua y salió del palacio. No se fue lejos: acampó bajo un roble centenario en los límites de los jardines, a la vista del palacio, pero fuera de su jurisdicción inmediata. Era una declaración de guerra silenciosa y desesperada. Leocadia, al descubrirlo, montó en cólera. “¡Está loca! ¡Esa niña ha perdido el juicio! Volverá arrastrándose en cuanto pase una noche al raso”, gritaba a quien quisiera oírla. Pero Ángela no volvió, se quedó allí tiritando bajo el sereno. Su desafío, tan frágil y tan testarudo como una flor creciendo en una grieta del pavimento. Curro, observando la escena desde la distancia…
¡La semana del 16 al 20 de junio promete ser inolvidable en La Promesa! ¿Qué otras revelaciones impactantes nos esperan? ¿Descubrirán Curro, Pía y Lope la verdad detrás del veneno y la joyería Yob? ¡Dejad vuestras predicciones en los comentarios!