“¿De qué sirve la justicia si él no está aquí para verla morir?” — Vera
La semana del 14 al 18 de julio en La Promesa no comienza con una explosión… sino con el susurro ahogado de una cocina silenciosa. Vera, incapaz de concentrarse, frota una bandeja con tanta fuerza que Pía teme que le haga un agujero. Su alma está lejos: con Lope, infiltrado en la mansión de los duques de Carril. Lo que empezó como un acto de valentía ahora se convierte en un sacrificio silencioso, mientras el temor se instala como un huésped más entre los muros del palacio.
Curro entra en escena. Su rostro tenso. Su voz firme. Habla de justicia, de valentía, de la necesidad de desenmascarar a los responsables del intento de envenenamiento. Pero Vera no escucha razones, solo escucha la posibilidad de perder al hombre que ama. Una tensión imposible se instala entre los tres: el deber, el amor y el miedo, en guerra abierta.
Mientras tanto, en el despacho del marqués, se libra otra batalla. Leocadia, la falsa reina de hierro, pasea con arrogancia frente a Manuel. Su control sobre la empresa es total… o al menos eso cree. Hasta que Manuel, sereno como nunca, saca del cajón un contrato olvidado. Uno que revoca su autoridad. Uno que lo devuelve a él el poder.
El silencio se hace espeso. La sonrisa de Leocadia se desvanece. La batalla de los papeles ha comenzado. Ya no es solo una cuestión de títulos o negocios: es una guerra de voluntad. Y Manuel ha decidido dejar de ser el peón.
Pero no todo es política en La Promesa. Hay una vida en juego. La pequeña Rafaela no mejora. Simona y Candela, incapaces de controlar la fiebre, toman la decisión desesperada de buscar un médico. En el silencio de la habitación infantil, el miedo es más fuerte que cualquier intriga. ¿Llegará la ayuda a tiempo?
En otro rincón del palacio, Catalina intenta salvar algo más grande: la dignidad de su familia. Discute con Martina, intentando convencerla de que la única manera de frenar al barón de Valladares es con una acción directa de Alonso. El orgullo de Martina choca con la razón de Catalina. Pero Catalina tiene razón. El barón es un depredador, y esta vez Alonso escucha. Se organiza una reunión en el club de caballeros. El encuentro no tiene diplomacia: es una advertencia con traje y copa de coñac. Alonso no amenaza. Declara guerra.
Y mientras el padre defiende el honor de su hija, otra joven lucha por su libertad. Ángela, aún manchada por el escándalo con el marqués de Andújar, se convierte en el blanco perfecto de Leocadia. Su solución es la huida: enviarla a Suiza, lejos de las miradas. Pero Lorenzo, su propio hijo, ya no está dispuesto a seguirle el juego. “¿Y si hubieras educado en lugar de comprar?”, lanza como una daga. La grieta en la alianza madre-hijo se convierte en abismo.
En la zona del servicio, Cristóbal Ballesteros, el nuevo mayordomo, se impone con disciplina militar. Petra, Ricardo y Pía coinciden por primera vez: algo en él no es normal. Sus métodos no inspiran respeto, sino miedo. Y ese miedo crece cuando Lope regresa… con malas noticias. Su misión ha fracasado. La libreta dorada ha sido destruida. Y peor aún: Lorenzo ha estado allí, en el palacio de los duques. El enemigo está en movimiento.
Y entonces, como si fuera poco, Enora rompe un pacto. Hace algo impensable para convencer a Manuel. El silencio de Vera, el llanto de Rafaela, la ira de Catalina, la vergüenza de Ángela… todo confluye en un punto de ebullición.
El viernes llega con la tensión al máximo. Rafaela entre la vida y la muerte. Curro entre el amor y la lealtad. Lope bajo la mirada helada de Cristóbal. Y Leocadia… aún creyendo que tiene el control.
Pero en La Promesa, el poder cambia de manos más rápido que un susurro en los pasillos. Y esta semana, todos los secretos duelen.
¿Podrá Manuel mantener el control que acaba de recuperar? ¿O será este solo el inicio de una guerra aún más sangrienta?