“No quiero despedirme… pero tampoco puedo quedarme.”
Así se siente el aire en La Promesa esta semana. Un aire cargado de ausencias, decisiones irrevocables y giros que nadie pudo prever. El adiós no siempre llega con lágrimas; a veces se presenta como un silencio, como una habitación vacía, como una carta no escrita.

Rómulo y Emilia vivieron en la Promesa con una dignidad que trascendía el uniforme. Su historia de amor, discreta pero firme, se convierte en símbolo de resistencia cuando Petra, implacable como siempre, prohíbe al servicio asistir a su boda. Lejos de ceder ante la humillación, ambos convierten su ceremonia en un acto de unidad, celebrado junto a quienes realmente los acompañaron en cada paso. Entre miradas emocionadas, promesas susurradas y abrazos sinceros, Rómulo se despide del palacio… no como un criado, sino como un patriarca que deja huella. Alonso, consciente de lo que pierde, le rinde homenaje público, reconociendo su lealtad y su entereza.

Pero no todas las despedidas tienen sabor a homenaje. Algunas tienen el regusto amargo de la injusticia. Ángela, atrapada en un juego de intereses ajenos, se ve obligada a disculparse con el marqués de Andújar por orden de Lorenzo y su propia madre, Leocadia. El gesto, lejos de apaciguar su tormento interior, la sumerge en una desesperación silenciosa. Y es entonces cuando decide huir. No hay carta. No hay abrazo. No hay mirada final con Curro, el único que quizá la habría detenido. Se marcha sola, a Suiza, llevándose consigo una herida abierta y dejando atrás un corazón roto.

Curro solo se entera cuando ya es tarde. El dolor de no haber podido despedirse se mezcla con la impotencia de no haberla protegido. La ausencia de Ángela resuena como un eco cruel en cada pasillo.

En paralelo, los pasillos del palacio se agitan con otros secretos. Petra, obsesionada con separar a Samuel y María Fernández, acaba revelando al sacerdote un secreto inesperado: el nombre de su verdadero amor. Mientras tanto, María lucha por encontrar el valor de sincerarse con Samuel… antes de que el destino los arrastre en direcciones opuestas.

Manuel, por su parte, vive una crisis personal tras los abusos sufridos en la fiesta reciente. Su rechazo a nuevas relaciones se intensifica mientras observa con creciente incomodidad la complicidad entre Nora y Toño. Y cuando descubre que este último ha robado una idea original de Nora, comienza a cuestionarse todo: las alianzas, la fidelidad, incluso su entorno más cercano. El golpe definitivo llega con una revelación demoledora: Leocadia ha adquirido la mayoría de las acciones de su empresa. Un movimiento silencioso pero letal que trastoca el equilibrio de poder.

En un rincón más lejano, López se infiltra en el palacio de los Duques de Carril por orden de Vera. A pesar de impresionar al joven Federico, pronto se ve envuelto en un juego de sospechas. El duque no confía en él, y el secretario Jacinto lo vigila con ojos de depredador. La tensión crece, y el menor paso en falso puede costarle todo.

Las disputas internas también escalan. Catalina y Martina, como dos polos opuestos, chocan por el control de la finca. La gota que colma el vaso es la firma de un contrato clave por parte de Catalina sin consultar a nadie. Martina exige su lugar, su derecho a decidir, mientras el fuego del resentimiento se aviva.

Y como si todo esto no fuera suficiente, Leocadia empieza a sospechar de Adriano. Se lo confiesa a Catalina, insinuando que el joven no está actuando acorde a su linaje. Pero Leocadia no deja cabos sueltos. Y cuando desconfía… alguien termina pagando.

La Promesa no será la misma después de esta semana. Cada decisión tomada, cada palabra no dicha, cada lágrima retenida… alterará para siempre la historia de quienes habitan en sus muros.

¿Hasta dónde se puede llegar por amor, por poder… o por miedo a perderlo todo?