El episodio de La Promesa de este 1 de agosto comienza con un ambiente extraño, que se puede cortar con un cuchillo. El día comienza en un palacio bajo un cielo gris y opresivo, un día que no trae lluvia ni tormentas, pero que se siente inquietante, casi como si el aire mismo estuviera enrarecido por algo invisible. La paz que se espera no llega, y en su lugar, una sensación de malestar se apodera de todos los que habitan el palacio, desde los más humildes sirvientes hasta los nobles en sus salones.
Simona y Candela, que normalmente intercambian bromas y picardías en la cocina, trabajan en completo silencio, una calma que más bien parece un presagio de algo mucho más siniestro. El ambiente está cargado de melancolía y una extraña sensación de “no estar solos”. Candela, casi al borde de la desesperación, menciona que el aire parece más denso, como si algo ominoso estuviera por suceder. Simona, aunque al principio escéptica, no tarda en darse cuenta de que su amiga tiene razón. Este no es un día común, algo en el aire les está diciendo que el equilibrio en La Promesa está a punto de romperse.
María Fernández, por su parte, lucha contra sus propios demonios, atormentada por la desaparición de Samuel, pero algo más, algo inexplicable, también la inquieta. Al igual que Petra Arcos, quien, aunque siempre imperturbable, no puede evitar sentir una opresión en su pecho. Mientras tanto, Curro de la Mata no puede concentrarse en sus lecturas, su mente vagando con una sensación de desesperación. Es un mal presentimiento que lo atenaza, un escalofrío que nada tiene que ver con el frío.
La tensión alcanza su punto máximo cuando el marqués de Luján recibe una llamada telefónica que lo deja helado. El director del sanatorio de su esposa, Cruz Izquierdo, le transmite una noticia alarmante: Cruz, aunque recluida, sigue ejerciendo su poder desde la distancia. Aunque su cuerpo está ausente, su voluntad sigue siendo lo suficientemente fuerte como para manipular los hilos desde la sombra. La revelación de que ella sigue moviendo los hilos a través de cartas y órdenes transmitidas por abogados genera un escalofrío en el marqués. La atmósfera pesada que se respiraba en La Promesa cobra sentido: no era un fantasma, no era una presagio, era Cruz quien, aún desde lejos, sigue ejerciendo su influencia venenosa.
En una de las escenas más dolorosas, Catalina, quien ha luchado durante tanto tiempo para mantener la finca en pie, recibe la devastadora noticia de que ha sido apartada de la gestión de la finca por su propio padre. La excusa es que su lugar es ahora “ocupar cosas de mujeres”. Un golpe certero a su orgullo y esfuerzo. El veneno de Cruz, a través de su padre, destruye lo que Catalina más valoraba. Pero la joven no se queda de brazos cruzados. La rabia y el dolor la impulsan a tomar una decisión tajante: se va de la Promesa. Sin embargo, en medio de su tormenta interna, Adriano intenta interceder, sugiriendo que no huya y que luche por lo que le corresponde. Pero para Catalina, esta es más que una simple humillación: es una cuestión de dignidad.
La sombra de Cruz no solo ha envenenado la relación entre Catalina y su padre, sino que ahora amenaza con destruir el amor que ella tenía con Adriano. El malestar se extiende por toda la casa, alcanzando incluso a los sirvientes y aquellos que se pensaban ajenos a los juegos de poder.
Mientras tanto, en los negocios de las mermeladas, Leocadia ve una oportunidad que no quiere dejar escapar. La propuesta de invertir en la expansión del negocio pone a Manuel en una encrucijada. La ambición de Leocadia se cruza con los sueños de Enora, y aunque el negocio parece tener un futuro prometedor, el precio de esa expansión es la cesión del control. ¿Será esto el principio de una nueva lucha de poder dentro de la Promesa?
El día en La Promesa culmina con un giro más inesperado. Ricardo Pellicer, el nuevo mayordomo, llega para imponer su visión del servicio. Con mano firme y una visión de eficiencia implacable, Ricardo comienza a cambiar el orden en la casa, estableciendo nuevas reglas que amenazan con alterar la estructura que había funcionado hasta ahora. Enfrentará la resistencia de Petra Arcos y Rómulo Baeza, pero su determinación parece inquebrantable.
La casa está en plena transformación, y en cada rincón, la influencia de Cruz sigue dejando su huella. ¿Quién resistirá las fuerzas en juego? ¿Y qué secretos ocultos saldrán a la luz cuando los cimientos de La Promesa finalmente se derrumben?
¿Qué piensas de la influencia persistente de Cruz en la familia y el palacio? ¿Crees que Catalina tomará la decisión correcta al irse, o debería luchar por lo que es suyo?