La Promesa, avance del capítulo 616 (16 de junio): Leocadia en peligro por el regalo de Lisandro

El ambiente en La Promesa este lunes 16 de junio es de una quietud antinatural, la calma que precede a una tormenta. Los muros centenarios del palacio parecen contraerse, conteniendo la respiración, a la espera del próximo movimiento en el tablero de ajedrez en que se ha convertido la vida de sus habitantes. El epicentro de esta inminente tempestad se encuentra en el gran salón, donde un pergamino, un simple documento adornado con el lacre de un sello ducal, descansa sobre la mesa de caoba. Es un presagio, un regalo con el poder de construir o demoler futuros.

El “Regalo Envenenado” de Lisandro: Un Marquesado para Adriano y Catalina 👑

Adriano y Catalina contemplan el documento con una mezcla de fascinación y pavor. El Duque de Carvajal y Cifuentes, Lisandro, en un gesto de aparente magnanimidad, les ha gestionado un título nobiliario: el marquesado de Luján. Un nombre que resuena con la herencia de Catalina, pero que ahora se siente extraño, un traje prestado confeccionado con hilos de intenciones ocultas.

“¿Un título para nosotros?”, murmura Catalina, sin atreverse a tocar el lacre, como si temiera sellar su destino irrevocablemente. “¿Por qué haría algo así?” Adriano, con el ceño fruncido, responde: “Lisandro no es un hombre que actúe por impulso o por pura generosidad. Cada uno de sus movimientos está calculado. Esto, esto es una pieza en su juego, pero no logro ver a dónde conduce.”

Catalina sugiere: “¿Un regalo envenenado, o una jaula de oro?” El título los eleva, los distingue, pero también los ata, los convierte en deudores de Lisandro. Rechazarlo, sin embargo, sería una afrenta directa a un hombre tan poderoso, una ofensa con consecuencias impredecibles. Ambos se encuentran atrapados: el “sí” es una trampa, y el “no” un desafío. El silencio que se extiende entre ellos es espeso, lleno de palabras que no se atreven a pronunciar.

La Furia de Leocadia: Poder Tambaleante y Plan Frustrado 😡

La perplejidad de Adriano y Catalina es apenas una onda expansiva comparada con el terremoto que aquel gesto ha provocado en el alma de Leocadia. Aunque no estuvo presente en el salón, la noticia ha volado por los pasillos de La Promesa con la velocidad del veneno. La visión del pergamino en manos de Catalina y Adriano es como una daga de hielo clavándose en su pecho. Cada fibra de su ser grita ante la injusticia, ante la flagrante humillación.

Leocadia se retira a sus aposentos, cerrando la puerta con un golpe seco que resuena como un disparo. Se mueve por la habitación como una leona enjaulada, con los puños apretados. Todo su plan, cada sacrificio, cada mentira y manipulación cuidadosamente orquestada para asegurar su posición como la matriarca indiscutible de La Promesa, se ve ahora amenazado por un simple capricho de Lisandro.

“¡Me ha ignorado!”, piensa Leocadia, el pensamiento un ácido que la corroe por dentro. “A mí, la que ha movido los hilos desde las sombras, la que le ha allanado el camino. Y él, en lugar de consolidar mi poder, eleva a esos dos advenedizos, a la hija bastarda y a su marido sin linaje.” La rabia es tan intensa que le cuesta respirar. Lisandro, su supuesto aliado, acaba de demostrarle que para él no es más que otra pieza, útil sí, valiosa quizás, pero prescindible y reemplazable.

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“¿Cree que puede ningunearme? ¿Cree que puede tejer el futuro de esta casa sin contar conmigo? Se equivoca. Se equivoca de medio a medio”, sisea a su reflejo. Un título para Adriano y Catalina los legitima a ojos del mundo, les da un poder que ella no podrá controlar tan fácilmente. Los convierte en rivales directos, no en peones. Lisandro, con un solo gesto, ha reequilibrado la balanza de poder en su contra. “No lo permitiré”, se jura Leocadia, con una determinación gélida y letal. “Este desaire no quedará sin respuesta. Si Lisandro quiere jugar, jugaremos, pero descubrirá, para su desgracia, que yo conozco este tablero mucho mejor que él.” Su plan no está destruido, pero sí en grave peligro. Debe actuar, y rápido, antes de que el marquesado de Luján deje de ser una propuesta para convertirse en una realidad inamovible.


El Desplazamiento de Jacobo y su Desesperación 💔

Leocadia no es la única consumida por la bilis de la ofensa. Al otro lado del palacio, Jacobo, el hijo desposeído, el hombre que vive en un limbo de legitimidad, siente la noticia como una bofetada pública. Para él, que ha luchado y anhelado una fracción del reconocimiento que ahora se le regala a Adriano, aquello es una burla cruel del destino. Se siente una vez más invisible, un fantasma en su propia casa.

No tarda en buscar a Adriano en la biblioteca, aún sumido en sus pensamientos. Jacobo irrumpe sin llamar, cerrando la puerta con una fuerza contenida. “¿Es cierto?”, pregunta, con la voz tensa, vibrante de una ira mal disimulada, señalando el pergamino. “¿Esto es cierto, que el duque os ha conseguido un título? ¿Un marquesado?”

Adriano, sorprendido por la brusquedad, admite: “Sí, es cierto.” Jacobo no puede creerlo. “¿Y he oído bien? ¿Estás planteándote rechazarlo?” Adriano responde con calma que lo están considerando, que tienen sus dudas. Jacobo suelta una risa amarga, desprovista de toda alegría, una risa que es casi un sollozo de rabia. “¿Dudas? ¿Qué dudas podéis tener? ¿Acaso sois idiotas? Es un título nobiliario. Es el reconocimiento, el estatus, el poder que esta familia necesita para asegurar su futuro. ¡Es todo lo que yo he anhelado y que a vosotros os regalan como si fuera una baratija!”

Adriano intenta explicar que el regalo viene de Lisandro y “nada de lo que viene de él es gratis”, que aceptarlo los pondrá “bajo su pulgar”. Pero Jacobo, perdiendo el control, le grita: “¿Y qué más da? A veces hay que pagar un precio por el poder. ¿O prefieres seguir siendo un segundón, el marido de la hija del marqués, siempre a la sombra? ¡Esto te convierte en alguien! ¡En el marqués de Luján te da un nombre, un peso!”

Adriano se mantiene firme: “Un peso que quizás no queremos cargar. No a cualquier precio, no si el precio es nuestra independencia.” Jacobo se burla de la idea de independencia. “Vives en una casa que no es tuya, gestionando una fortuna que no te pertenece. ¡Esto es una oportunidad de oro, Adriano! Una oportunidad para consolidar vuestro lugar, para que nadie nunca más pueda cuestionar vuestra posición. Y tú, tú te planteas escupirle en la cara al hombre que os la ofrece.” La desesperación de Jacobo es palpable, casi trágica. “No lo entiendes”, suplica. “Esto no es solo por vosotros, es por el apellido, por La Promesa. Si tú lo rechazas, nos humillas a todos. Demuestras debilidad. Le dices al mundo que no somos dignos. ¡Me lo dices a mí!” Su voz se quiebra. “Daría mi brazo derecho por tener la décima parte de la legitimidad que a ti te están poniendo en bandeja de plata, que todo mi sufrimiento no ha valido para nada.”

Adriano, por primera vez, ve más allá de la arrogancia y la ambición de Jacobo, ve el dolor de un hombre que se siente perpetuamente excluido. Jacobo se recompone su máscara de frialdad y le advierte: “Piénsalo bien, Adriano. Piensa en lo que te juegas y en lo que nos juegas a todos. Rechazar este título no sería un acto de independencia, ¡sería un acto de una estupidez supina y de una crueldad infinita hacia los que no hemos tenido tu suerte!” Dicho esto, sale de la biblioteca, dejando a Adriano solo con el eco de sus palabras y el peso de una decisión aún más insoportable.


La Expulsión de Ángela y su Plan Secreto 🤫

Mientras la tormenta del marquesado se gesta en los salones nobles, Leocadia, experta en librar batallas en múltiples frentes, se asegura de cerrar uno de sus flancos. Su hija, Ángela, es una pieza que ya no encaja en su gran diseño. Es una distracción, una fuente potencial de problemas. Y por fin ha conseguido lo que llevaba tiempo planeando.

Leocadia encuentra a Ángela en su dormitorio, terminando de guardar sus últimas pertenencias en una maleta de cuero. La escena es de una normalidad casi dolorosa. Leocadia adopta su mejor papel: el de la madre cariñosa y ligeramente melancólica. “Ay, ha llegado el día”, dice, apoyándose en el marco de la puerta, con la voz suave, teñida de una tristeza perfectamente fingida. Ángela, con una sonrisa tensa en los labios, responde: “Sí, madre. El tren a Francia sale esta tarde.” Y desde allí, el enlace a Zúrich. “Zúrich”, repite Leocadia saboreando la palabra. Es la coartada perfecta: retomar sus estudios de arte, una excusa irreprochable que la aleja de La Promesa y de cualquier indiscreción que pudiera cometer. “Estoy tan orgullosa de ti, hija mía, de que persigas tus sueños, aunque me duela…”

Sin embargo, Leocadia no sabe que su propia hija, Ángela, ha comenzado a moverse en la sombra con un plan secreto, un plan que podría desbaratar por completo las intenciones de su madre y cambiar su destino para siempre. El enfrentamiento entre madre e hija promete ser explosivo.


Secretos Venenosos y Decisiones Cruciales 🧪

En otros frentes, el misterioso estuche de una pulsera ha revelado un contenido escalofriante: ¡cianuro! ¿Quién intentó matar y por qué? Curro, Pía y Lópeze deciden regresar a la joyería para desentrañar un enigma que puede costarles la vida. La búsqueda de la verdad sobre la muerte de Yana se vuelve más peligrosa que nunca.

Mientras tanto, Manuel toma decisiones que marcarán su futuro, posiblemente relacionadas con la herencia o la administración del palacio. Rómulo planea abandonar La Promesa junto a Emilia en secreto, buscando un nuevo comienzo lejos de los dramas del palacio. Y María Fernández sigue presionando al sacerdote para que confiese delante de todos la verdad sobre la incriminación del padre Samuel, buscando justicia para Petra.

La tensión en La Promesa no puede crecer más. Cada movimiento de Leocadia y Lisandro amenaza con hundir o salvar el palacio. ¿Quién ganará la partida final? ¿Qué descubrirán Curro, Pía y Lópeze entre los escaparates de la joyería? Este episodio es un punto de inflexión. Traiciones, secretos familiares, venenos ocultos y juegos de poder se cruzan en un capítulo inolvidable. ¡No se lo pierdan!

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