En La Promesa, lo que debía ser un día de alegría y unión familiar se convierte en una escena de horror que marcará para siempre a todos los habitantes del palacio. El bautizo de Andrés y Rafaela, los hijos de Catalina de Luján y Adriano Villacieros, se ve interrumpido por un acto de locura y desesperación que nadie podría haber anticipado. Eugenia, la enigmática hermana del marqués, irrumpe armada en la capilla, desatando el caos, el pánico… y el terror más puro.
Con los ojos desorbitados y la mente envuelta en delirios, Eugenia se convierte en la encarnación del espanto. Aquella mujer que antaño fuera símbolo de fragilidad y sensibilidad se transforma en una amenaza letal, arrastrando consigo el velo de cordura que aún le quedaba. En cuestión de segundos, los cánticos litúrgicos se ven sustituidos por gritos desesperados, disparos secos y el llanto aterrador de un bebé. El eco de los tiros retumba por toda la capilla, sacudiendo sus paredes centenarias como si mil demonios hubiesen sido liberados de golpe.
Los nobles invitados enmudecen, paralizados. Catalina, atónita, apenas puede reaccionar cuando Eugenia le arrebata a su hijo Andrés de los brazos. Un grito desgarrador escapa de su garganta: “¡Mi hijo, Adriano, mi hijo!”. Pero Eugenia ya ha escapado, con el bebé apretado contra el pecho, como si fuera un símbolo divino o una ofrenda. ¿Qué pretende hacer? ¿Dónde se dirige?
Curro, testigo de la escena y movido por un impulso de amor, miedo y necesidad de justicia, corre tras ella. Sabe que Eugenia no está en sus cabales y que el niño corre peligro. La ve dirigirse no hacia los jardines ni hacia la salida, sino al interior del palacio, hacia la antigua escalera de caracol que lleva al torreón, ese lugar que tantas veces ha albergado secretos y penas de la familia Luján. El símbolo de su linaje, pero también de su desgracia.
Y allí, en lo alto, la tragedia parece sellar su destino. Eugenia, en su delirio, murmura una intención escalofriante: “Al cielo con él. Un ángel entre los ángeles”. Su objetivo: lanzarse con el pequeño Andrés al vacío. Un final sin retorno. Pero Curro no está dispuesto a permitirlo. Su corazón late con fuerza, cada peldaño de piedra bajo sus pies parece eterno. Escucha los sollozos de Eugenia, el llanto cada vez más débil del bebé… y acelera. “¡Eugenia, no! ¡Por el amor de Dios!”, grita. Y sigue subiendo, con la desesperación de quien sabe que cada segundo cuenta.
Mientras tanto, en los salones del palacio, el horror se expande como una plaga. Leocadia, la gobernanta, herida en su orgullo, arremete contra Catalina. La reciente decisión de la marquesa de despedir a Petra Arcos —la leal confidente de Leocadia y guardiana de secretos oscuros— ha sido percibida como una traición imperdonable. Su furia, contenida durante años, por fin estalla. Las palabras son lanzas, y la tensión entre ambas mujeres alcanza un punto de no retorno.
En otro rincón de la casa, Samuel paga el precio de los errores ajenos, siendo humillado públicamente y tratado como un mero peón sacrificial. Y en medio del dolor colectivo, dos almas heridas se encuentran. Emilia y Rómulo, después de tantos silencios y heridas, comparten un beso inesperado, como un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Un gesto que, aunque breve, lo cambia todo.
El bautizo que debía ser motivo de celebración se ha teñido de rojo. La capilla, profanada por la locura y la violencia, ya no es un lugar sagrado, sino el epicentro de una pesadilla que aún no ha terminado. ¿Sobrevivirá Andrés? ¿Logrará Curro evitar la tragedia? ¿Qué consecuencias tendrá este acto desesperado en los frágiles equilibrios de La Promesa?
Lo que está claro es que nada volverá a ser como antes. La herida abierta por Eugenia tardará mucho en cicatrizar… si es que alguna vez lo hace. Y tú, ¿te atreves a descubrirlo? El capítulo 611 promete emociones desgarradoras, giros impredecibles y un bautizo que será recordado, no por su bendición, sino por el horror que lo envolvió.