En La Promesa, el día más esperado se convierte en una dolorosa grieta que amenaza con fracturar aún más una familia ya marcada por secretos y heridas mal cerradas. El bautizo que debía unir a todos bajo un mismo techo se transforma en una batalla silenciosa, cargada de decisiones drásticas y emociones a flor de piel. En el centro del huracán, una figura se alza con fuerza: Eugenia, excluida del evento más importante de su familia.

Los preparativos del bautizo se desarrollan con meticulosa solemnidad. La casa se llena de aromas dulces, telas blancas y pasos apresurados. Pero en los rincones más oscuros del palacio, la tensión se desliza como un veneno invisible. Don Alonso y Cruz, marqueses de Luján, han pasado la noche debatiendo entre el deber, el miedo y la compasión. El estado mental de Eugenia —hermana de Cruz y abuela de los niños que serán bautizados— se ha convertido en un tema delicado, incluso peligroso.

Los episodios recientes de Eugenia se han intensificado: confusiones, ataques de ira, momentos de tristeza profunda seguidos por ráfagas de lucidez. El incidente definitivo llegó cuando, en plena noche, confundió a Catalina con una antigua institutriz y la enfrentó con una violencia verbal que dejó a todos temblando. Fue entonces cuando Cruz supo que ya no había vuelta atrás. Eugenia no podía asistir al bautizo.

—No podemos arriesgarnos, Alonso —murmura Cruz con la mirada fija en el amanecer. Su voz está quebrada, vestida de luto anticipado. El silencio de Alonso, frente a la ventana, dice más que mil palabras. Sabe que es la decisión correcta, pero también la más cruel.

Lo comunicarán con el mayor tacto posible: una recomendación médica, reposo absoluto, promesas de celebraciones íntimas en otro momento. Pero ambos saben que Eugenia no lo aceptará fácilmente. Y si decide no quedarse al margen, el escándalo podría ser mayor que cualquier rumor. Catalina y Lorenzo están de acuerdo, e incluso Curro, aunque herido, comprende la gravedad de la situación. La ausencia de Eugenia será notoria. Una silla vacía en medio de la ceremonia. Una abuela ausente por decisión ajena.

Mientras la familia lucha por mantener las apariencias, en los dominios del servicio se libra otra guerra, más silenciosa, pero igual de intensa. Petra, la rígida ama de llaves, ha comenzado a comportarse de forma… inusual. Su tono se ha suavizado, sus gestos se han vuelto amables, incluso serviciales. Ha preguntado por la madre de Lope, ha ofrecido ayuda a Candela, y saluda con cortesía a sus compañeras. Pero este cambio repentino no convence a todos.

María Fernández, fiel aliada de sus amigos del servicio y acérrima crítica de Petra, no cree ni una palabra. Para ella, todo es parte de un teatro bien calculado. En la cocina, cuando Petra entra y pregunta si todo está en orden para el desayuno de los señores, María no puede contener su desprecio. —Lo único que no está en orden aquí es la falsedad —espeta con dureza. La tensión es palpable. Petra intenta mantener la compostura, pero la batalla está servida.

—Yo solo intento hacer mi trabajo, mantener un ambiente cordial —responde Petra, intentando mostrarse serena.
—Cordial… usted no sabe lo que significa esa palabra —escupe María, con sarcasmo hiriente—. O quizás está intentando ganar puntos ahora que las cosas se complican con los Luján. ¿No será eso?

Las acusaciones no son solo personales. Señalan también las conexiones de Petra con la marquesa, y cómo ha sabido maniobrar siempre para mantenerse en una posición favorable. Ylana, más moderada pero igual de desconfiada, interviene también: —Después de tanto tiempo, cuesta creer en los cambios repentinos.

Petra, con una dignidad forzada, responde: —El tiempo dirá. Yo solo sé que intento hacer lo correcto.

Y se marcha, dejando tras de sí una cocina en silencio denso y un grupo de sirvientes con sentimientos encontrados.
—Esa mujer es veneno puro —sentencia María Fernández apenas se cierra la puerta—. Y ahora se nos quiere vender como agua bendita. Conmigo no cuela. La voy a estar observando. Cada paso. Cada palabra.

Pero no todo es conflicto en La Promesa. En medio del caos, Rómulo y Emilia encuentran un remanso de paz compartida, una pequeña luz entre tanta sombra. Mientras tanto, Jacobo y Martina, enfrentados a la realidad de un matrimonio sin amor, comienzan a preguntarse si su destino está realmente sellado o si aún hay tiempo para cambiar el rumbo.

Y en otro rincón, una revelación incompleta siembra más dudas que certezas: Toño confiesa solo una parte de la verdad sobre el robo a su madre. Simona, herida y confundida, no sabe qué pensar. La verdad a medias hiere más que una mentira completa, y la confianza comienza a resquebrajarse.

Así avanza el capítulo 609 de La Promesa: un bautizo ensombrecido por la exclusión, una familia dividida por decisiones difíciles, una ama de llaves que parece haber cambiado… o solo estar jugando una nueva partida. Y sobre todo, la sombra de Eugenia, que amenaza con romper todo lo que aún queda en pie. Porque, si decide no callar, su presencia —o su estallido— podría convertir el día más sagrado en una pesadilla para los Luján.

¿Podrá esta familia resistir el peso de sus secretos? ¿O será este bautizo el inicio del fin?