“A veces, los objetos no solo decoran una habitación… la poseen.” Esa es la sensación que flota en el aire del palacio cuando el retrato de Cruz sigue proyectando su inquietante presencia. Lo que comenzó como una simple pintura pronto se convierte en un oscuro catalizador de emociones y recuerdos reprimidos.
Martina, aún frágil tras su desmayo, no es la única afectada. Desde los nobles hasta el servicio, todos en La Promesa sienten una perturbación casi magnética frente al cuadro. Lorenzo y Jacobo parecen ser los únicos inmunes, mientras que los demás apenas ocultan su deseo de hacerlo desaparecer. Petra, en silencio, revive momentos con la marquesa que jamás pensó confrontar de nuevo. Incluso Alonso, roto por dentro, sucumbe a la mirada inmóvil de su esposa, como si esa pintura pudiera leerle el alma.
Mientras tanto, Martina lucha por recomponer los lazos con Catalina. Pero el daño ya está hecho. Catalina, marcada por las duras palabras de su prima acusándola de ser una mala madre, no encuentra espacio para el perdón. Entre ellas ha surgido una grieta que no parece cerrarse fácilmente.
El matrimonio de Catalina y Adriano también tambalea. Él, herido en su orgullo y sintiéndose desplazado, comienza a cuestionar su lugar en la relación. Ella, firme en su carácter, no está dispuesta a ceder. El equilibrio se rompe aún más cuando un pequeño descuido de Pía provoca una reacción inesperada. La carta que debía llegar a Cristóbal no se entrega, y el mayordomo estalla con una severidad que delata otras tensiones latentes.
En contraste, el hangar se convierte en refugio de nuevas ilusiones. Toño, con el brillo del primer amor en los ojos, comparte momentos cada vez más significativos con Enora. Manuel, aunque devastado, lo apoya con una madurez inesperada. A su vez, Manuel inicia conversaciones cruciales con Leocadia, quien parece decidida a adquirir la empresa. Lo que él no sabe es que detrás de esta iniciativa se esconde una charla previa con Pedro Farre, un detalle que ella oculta cuidadosamente.
Durante estas negociaciones, Manuel expresa su miedo a perder el control creativo. Leocadia lo tranquiliza: seguirá siendo el alma artística del proyecto. Pero mientras tanto, el verdadero torbellino emocional de Manuel gira en torno al retrato de su madre. En un momento de confesión, admite a Curro que ha llegado a hablarle al cuadro, buscando en él una conexión que ya no está.
Y cuando todo parece calmarse, el golpe final: el retrato desaparece. Nadie vio nada. Nadie escuchó nada. Pero alguien, en secreto, lo ha destruido. El misterio queda servido en bandeja.
¿Qué fuerza invisible se esconde detrás de ese cuadro? ¿Y quién decidió acabar con su poder de una vez por todas?