En un giro sorprendente de los acontecimientos, Ángela se enfrenta a un desafío mortal. La verdad que había estado ocultando durante tanto tiempo estaba a punto de salir a la luz, y ella estaba dispuesta a arriesgarlo todo para exponer la corrupción que se extendía desde las sombras del ejército. Con las pruebas en mano y una determinación férrea, Ángela se dirigió hacia la comandancia, el lugar donde se decidiría su destino.
Las piernas de Ángela temblaban, pero sus pasos eran firmes. El sobre con la información crucial estaba escondido bajo su vestido, pegado a su pecho como una condena que podía ser tanto su salvación como su perdición. Mientras se acercaba a la entrada del cuartel, el viento del atardecer soplaba como si también empujara su destino hacia lo inevitable. En sus ojos brillaba una llama fría, decidida, como si estuviera caminando hacia una batalla ya perdida.
Por otro lado, Curro corría desesperado, sin saber si llegaría a tiempo para detenerla. La imagen de Ángela en su mente era un reflejo de su terquedad: una mujer dispuesta a desafiar a los poderosos, a enfrentarse a un general, a un mundo que jamás la había visto como igual. Pero Curro sabía que si ella se enfrentaba al general con la verdad sobre el capitán Lorenzo, las consecuencias podrían ser fatales para ambos.
Dentro de la comandancia, Ángela fue recibida por los guardias con una mezcla de desdén y desconcierto. ¿Una doncella pidiendo ver al general? ¿En serio? Pero ella no vaciló. Con voz firme, les informó que traía información vital sobre el capitán Lorenzo y su implicación en un oscuro tráfico de armas. Esta mención fue suficiente para que los guardias dudaran y, finalmente, la dejara pasar.
El general, un hombre de rostro severo, estaba de pie frente a la ventana de su oficina. No giró cuando ella entró, pero sus palabras resonaron en la sala con una intensidad helada. Ángela sabía lo que se jugaba. Al colocar el sobre sobre la mesa, el silencio fue lo único que llenó la habitación. El general, tras revisar el contenido, la miró con una mirada penetrante, más fría que nunca.
—¿Sabes lo que estás haciendo, muchacha? —preguntó, su voz grave y llena de tensión.
Ángela, sin dudar, respondió en voz baja pero firme:
—No es una mentira.
Y en ese preciso instante, cuando el general parecía estar considerando sus palabras, la puerta se abrió violentamente. Curro, sin aliento, irrumpió en la sala. “Ángela, no!” Gritó, pero al ver la escena, quedó paralizado. El general, sin perder su compostura, preguntó quién era el joven, y Curro intentó desesperadamente encubrir su relación con Ángela, pero todo era inútil.
La tensión creció mientras el general observaba la escena. A pesar de que Curro trató de ocultar la verdad, el general parecía comprender. Miró los papeles en la mesa, luego a Curro, y finalmente a Ángela.
—De la Mata, ¿es usted pariente del capitán? —preguntó el general, reconociendo finalmente la conexión.
Ángela, con valentía, respondió sin titubeos:
—Es su sobrino.
El general asintió lentamente, cerrando los papeles en un cajón. Las palabras que siguieron fueron una sentencia:
—Este asunto es extremadamente grave. No quiero que hablen de esto con nadie. La investigación será discreta. Y ahora, salgan de aquí.
El viaje de regreso a La Promesa fue sombrío. Curro y Ángela se miraron, sabiendo que en ese momento habían encendido una mecha que podría estallar en cualquier momento. Al llegar, la atmósfera en el palacio parecía diferente. La amenaza externa del varón de Valladares había forzado a la familia Luján a unirse, aunque las tensiones seguían siendo palpables.
En la cocina, López, que había sido relegado a un puesto que no le correspondía, recibió una sorpresa. Tras una conversación con los marqueses, el marqués Alonso le ofreció el puesto de jefe de cocina. Este giro inesperado significaba un nuevo comienzo para López, un renacimiento de su dignidad.
La noche cayó sobre La Promesa, pero no fue una noche común. Mientras las tensiones entre Catalina y Martina comenzaban a suavizarse, nuevas alianzas nacían entre los miembros del servicio, quienes compartían momentos de sinceridad en medio de su propio sufrimiento.
Finalmente, en un rincón tranquilo del patio, María Fernández reflexionaba sobre el dolor de su corazón roto. Pero las palabras de Petra resonaban en su mente: “El amor imposible es un veneno que se bebe a sorbos.” Por primera vez, no se sentía completamente sola en su dolor.
¿Cómo crees que afectará la verdad de Ángela a los destinos de los personajes en La Promesa?