“Haré lo que sea necesario.”
Con esa frase helada, Leocadia selló el destino de su propia hija… y perdió lo último que le quedaba de humanidad.
En uno de los capítulos más desgarradores de La Promesa, la tensión ha alcanzado su punto de ebullición. La boda entre Ángela y el Capitán Lorenzo está preparada. Las flores decoran los pasillos, los criados murmuran de esquina a esquina, y los rostros de la nobleza intentan mantener la compostura. Pero nada, absolutamente nada, será como se espera.
Todo comienza días antes, cuando Leocadia, arrinconada por sospechas, murmuraciones y el juicio inminente de Alonso, el marqués, se encuentra cara a cara con el hombre más peligroso del palacio: Lorenzo. Él no le ofrece compasión ni ayuda. Le propone una alianza. Una siniestra. A cambio de mantenerla protegida dentro de la casa, exige una moneda de cambio imposible: la mano de Ángela.
“Entrégamela. Haz que se case conmigo. Seremos familia, y la familia es intocable.”
Las palabras de Lorenzo no eran una súplica. Eran una sentencia.
Leocadia duda. Pero el mundo que construyó con tanto esmero se le desmorona. Su poder, su estatus, su permanencia… todo está al borde del abismo. Y en ese momento crucial, su ambición pesa más que su maternidad. Acepta. Vende a su hija. Por poder.
Pero Lorenzo no quiere seducción ni diplomacia. Quiere obediencia. Y para lograrla, lanza la amenaza definitiva:
“Dile que si no se casa conmigo, Curro desaparecerá… para siempre.”
Esa amenaza, brutal y precisa, se convierte en la herramienta con la que Leocadia fuerza la mano de Ángela. La joven, rota de dolor, elige el sacrificio: acepta casarse con su verdugo para salvar al hombre que ama.
Y así, llegamos al altar.
La música suena. El silencio pesa. El “sí, acepto” está a un suspiro. Pero en ese instante final, Curro, el hombre al que querían silenciar, irrumpe como una tormenta en el templo del engaño. Su voz, temblorosa pero firme, desbarata la ceremonia.
Revela todo: las amenazas, los chantajes, la traición de Leocadia, los verdaderos motivos de Lorenzo. No deja piedra sin voltear.
El escándalo es inmediato.
Lorenzo es desenmascarado. Su rostro, imperturbable hasta ese momento, se tuerce de furia. Leocadia, pálida, se convierte en el centro de todas las miradas. Alonso, finalmente, toma una decisión que había postergado durante demasiado tiempo.
En un solo acto, Curro cambia el curso de la historia. Salva a Ángela. Y condena a quienes jugaron con la vida de los demás como si fueran piezas en un tablero de ajedrez.
Pero el daño ya está hecho.
Leocadia regresa a su cuarto como una sombra de lo que fue. Detrás de la puerta cerrada, se derrumba. Se cubre la boca para que nadie escuche su llanto. No es el llanto de una víctima. Es el lamento por la madre que no fue. Por el alma que entregó al precio de su propio miedo.
En La Promesa, el silencio ha sido durante mucho tiempo un refugio para los cobardes y los poderosos. Pero esta vez, alguien alzó la voz. Y ese grito —el de Curro— es el comienzo del fin para todos los que creyeron que el amor podía ser comprado, amenazado o silenciado.
¿Crees que Leocadia merece redención… o su castigo apenas comienza?